Nueva entrega de Bond que no pasa de ser una película de espías. Recomendada para todos aquellos que alguna vez le han hecho dos agujeros al periódico.

★★☆☆☆ Mediocre

Casino Royale

Comparar “Casino Royale”, la nueva entrega y versión de las aventuras de James Bond, encarnado en Daniel Craig esta vez, con las películas anteriores es lo mismo que comparar el calimotxo con el vodka martini. Puede que no tenga tanto glamour y deje peor aliento, pero salga usted un sábado por la noche y me dirá a cuánta gente ve bebiendo de una copa cónica con aceituna.

“Casino Royale” supone una versión revisionista del personaje. Al igual que en “Spiderman”, “Batman begins” o “Superman returns”, en ella se nos cuenta el nuevo origen secreto del protagonista: por qué Bond conduce el coche que conduce, por qué bebe lo que bebe o por qué usa el papel higiénico con la mano izquierda. Todo con gran lujo de detalles. Suponemos que en un intento de revitalizar la eterna saga, se le ha dado una lavada de cara a 007, lo que en estos tiempos suele traducirse en que se ha ensuciado todo un poco. El aire un poco naif de las otras entregas se sustituye aquí por un tratamiento de la violencia más explícito y barriobajero. El nuevo Bond se lía a puñetazos y da patadas en la espinilla si hace falta, y en consonancia Daniel Craig es más corpulento (ha ganado unos 10 kilos para la película) que sus predecesores. El nuevo 007 es más un boxeador que el espía de clase alta al que estábamos acostumbrados.

La historia se centra en la primera misión de Bond como agente con licencia para matar. Ha de acudir al Casino Royale de Montenegro para conseguir que Le Chiffre (Mads Mikkelsen), el banquero de los delincuentes internacionales, pida asilo en el Reino Unido. Para ello se tendrá que embarcarse en una partida de póker, estilo Texas Hold’em, en la que se juegan diez millones de dólares por participante. Los suyos los proporciona (y custodia) Vesper Lynd (Eva Green), contable del estado. Aunque la trama en sí parezca propia del Bond clásico, de las casi dos horas y media de película, sólo ocupa algo más de sesenta minutos. El resto se divide entre un larguísimo prólogo que presenta a los personajes (también a Bond, que tras su transformación vuelve a necesitar presentación) y los sitúa en la parrilla de salida. Y un no menos largo epílogo, que terminará de definir la personalidad de Bond, suponemos que para futuras (y temibles) entregas.

Ambos adosados son los que más se alejan del espíritu de las anteriores películas, y no sólo porque Bond aparezca con una camisa tropical. Son una concesión a las nuevas generaciones de espectadores, y como tal les hablan en su lenguaje. Los cachivaches láser que el agente secreto solía usar son sustituidos por largas persecuciones con uso intensivo de parkour, que recuerdan mucho, curiosamente, a “Ong Bak”, y otras que lo hacen a cualquier entrega de “Indiana Jones”. Además, Bond hace gala de su dominio de las artes marciales. Probablemente esto espante a los fans de la saga, acostumbrados a su estilo, pero ¿Implica esto que “Casino Royale sea una mala película de acción? No. “Casino Royale” es una mala película de acción por sus propios méritos.

Y entre ellos, destaca el guión. Normalmente el hecho de que una película pase por las manos de muchos escritores, no suele ser nada bueno. Además, en “Casino Royale” aparece el típico efecto de “y ahora dónde metemos esto”, propio de estas películas que explican orígenes secretos de personajes muy conocidos. El ritmo de la historia es pésimo, con unos puntos muertos que siguen a los sucesivos clímax demasiado largos, que hacen que la cosa termine por ser demasiado aburrida. Y atención que un buen trozo de metraje versa en torno a unos caballeros jugando al póker, que es un juego más aburrido para el espectador que los mundiales de a ver quién aguanta más la respiración.

Aunque Paul Haggis ha demostrado ser un escritor muy capaz tanto en “Million Dollar Baby” como en “Crash”, aquí no está claro cuál ha sido su papel, y es posible que sea el responsable de entorpecer la ya de por sí débil historia para dotar de una profundidad y una psicología no demasiado necesarias a sus protagonistas. Es cierto que por mucha película de acción que sea, unos personajes planos siempre afean el resultado, pero tampoco veo la necesidad de que Bond aparezca con una calavera en la mano preguntándose por la vida, la muerte y si huele a podrido o no en Dinamarca.

La dirección toma mucho de las películas más “de moda” de los últimos años, como la ya citada “Ong Bak”. Parece ser que los productores han dicho en una de sus entrevistas que Tarantino estaba interesado en dirigirla, pero que ellos no lo tenían claro porque probablemente le diese un toque demasiado personal a “Casino Royale”. Hay que concederles que entonces han hecho una buena elección con Martin Campbell, que consigue que su película tenga más toques personales de otros que suyos propios. Durante los momentos más significativos de la acción, uno no puede evitar la sensación de haber visto lo que pasa en pantalla en otra película, probablemente mejor, además.

El espírito “renovador” de la producción también se deja sentir en la banda sonora, uno de los elementos que más sobresalen en casi todas las películas de Bond. Quedan claras las intenciones de “Casino Royale” cuando uno se da cuenta de que los créditos iniciales están cantados por Chris Cornell, vocalista de Audioslave y Sound Garden, grupo éste adscrito a la corriente grunge, caracterizada por la tendencia de sus seguidores a visitar poco la ducha y ser almas torturadas (por su propio olor, aventuro).

En cuanto a los actores, tenemos a Daniel Craig, que podría pasar a la historia como el hombre que hizo que James Bond hablase con la boca llena. Aunque como actor no es excesivamente malo, este papel definitivamente no está en su liga. Su antagonista, Le Chiffre es un genio de las matemáticas porque es capaz de calcular probabilidades de cabeza sobre una baraja de cincuenta y seis cartas. Yuhu. Lo interpreta Mads Mikkelsen, que no puede ocultar que es danés. Como es un gran jugador de póker, se pasa la película con la misma cara, que además viene a ser la que uno pone cuando echa un trago de leche y estaba caducada. Eva Green es el interés romántico de Bond, y más o menos viene a hacer lo que hacen siempre los personajes femeninos de la saga: casi nada.

En fin, nueva entrega de Bond que no pasa de ser una película de espías. Recomendada para todos aquellos que alguna vez le han hecho dos agujeros al periódico.
publicado por Mala Besta el 26 noviembre, 2006

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