Una película un tanto aburrida que probablemente gustará a los incondicionales del libro y a tres personas más. Recomendada a los que se hurgan la nariz.

★★☆☆☆ Mediocre

El perfume

Con “El perfume: Historia de un asesino” llega a nuestras pantallas un nuevo héroe: Jean-Baptiste Grenouille y su alter ego, el Hombre Pituitaria, que no es de acero como Superman, pero tampoco le hace falta, porque con su portentosa nariz puede oler las balas al viento y esquivarlas. Y si no me creen, vayan a ver la película, vayan.

Basada en el conocido bestseller de Patrick Süskind, “El perfume: Historia de un asesino” cuenta la historia de Jean-Baptiste Grenouille (Ben Whishaw), desde su encarcelamiento y condena a muerte, punto en el que empieza la película, hasta su accidentado nacimiento y vuelta al presidio. Un huérfano parisino y miserable que ha nacido con una portentosa nariz, Grenouille puede distinguir con ella todo tipo de olores, uncluido el pachuli y verduras que la gente le arroja. Tras numerosas desventuras consigue arrancar su carrera como perfumista bajo la protección de Baldini (Dustin Hoffman), y con él descubre la existencia de un perfume perfecto que nadie ha podido sintetizar. Nadie salvo él, claro. Y así emprende viaje a Grasse, ciudad en la que intentará obtener la esencia a partir de sus ingredientes básicos: el olor de damiselas que Grenouille acogota previamente. Por supuesto, la desaparición de estas mujeres no le hace mucha gracia a Antoine Richis (Alan Rickman), uno de los concejales.

De por sí, el guión no es necesariamente aburrido, a pesar de que haga un uso abusivo y bastante molesto de la voz en off de un narrador sexagenario, cuyo principal objetivo es el de explicar los sentimientos del protagonista, puesto que si éstos tuviesen que ser adivinados a través de la actuación de Ben Wishaw, la película necesitaría subtítulos. Además, uno de los componentes fundamentales de la historia es el mundo de los olores, al igual que en libro original. Pero mientras en éste el uso de la palabra permitía cierta holgura al escritor a la hora de intentar transmitir las sensaciones olfativas de su protagonista, en la película Tykwer trata de hacer lo propio de manera visual, pero lo que para Súskind era una holgura, aquí se convierte en apretón. Todos estos momentos se ven reducidos a uno o más actores con cara de éxtasis mientras de fondo pueden suceder las cosas más peregrinas y/u horteras, desde palomas arrullándose entre las flores de primavera a orgías multitudinarias.

Tykwer tiene también otros problemas, puesto que descompensa mucho el ritmo de la película. Mientras que en determinados momentos se entretiene ofreciendo planos recurrentes de Grenouille dedicado a la más mundana de las tareas mientras de fondo suena una sinfonía, en otros la historia avanza treméndamente rápido, como si de repente alguien se hubiese dado cuenta de que ya llevaban dos horas y allí no pasaba nada. Y en uno de estos apurones, la película desemboca hacia el gran clímax final, momento en el que retoma la línea temporal de los primeros minutos. En este momento, “El perfume: Historia de un asesino” ofrece al espectador un final que en mi opinión contiene dos de las tres escenas peor rodadas y más ridículas de la historia del cine.

Estamos ante una tremenda superproducción europea, con creativos alemanes y reparto anglófono, lo que sin duda la convertirá en película española candidata a muchos Goya. Y como tal superproducción, el aspecto visual y la ambientación están notablemente cuidadas, en la línea del histórico actual, que suele requerir que todo el mundo sea muy feo y sucio. De nuevo las pelucas blancas y el polvo de arroz tapan las uñas negras y la mugre que en “El perfume: Historia de un asesino” lo cubre todo. Además, Tykwer se recrea en los primeros planos, para que todos podamos apreciar el decaimiento de todo ser viviente que asoma por pantalla.

En cuanto al reparto, está desigualmente dividido. Mientras que actores bastante incapaces como Ben Wishaw (el protagonista) roban casi todo el metraje, grandes profesionales como Dustin Hoffman o Alan Rickman se quedan con las migajas. A pesar de ello, y sobre todo este último, consiguen levantar bastante la película, especialmente en comparación con Wishaw. No es que el chico no tenga expresividad. Es un actor muy expresivo. Pero el problema es que sólo tiene una expresión, y con ella tiene que aguantar las casi dos horas y media de película, que se le hacen cuesta arriba al espectador, así que imagínese a él.

En fin, una película un tanto aburrida que probablemente gustará a los incondicionales del libro y a tres personas más. Recomendada a los que se hurgan la nariz.
publicado por Mala Besta el 25 noviembre, 2006

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