Lo que la hace muy grande son tres elementos claves en la realización de un film: un guión potente, medido y trabajado, unas interpretaciones sobresalientes y una dirección inteligente. Casi nada

★★★★★ Excelente

Celda 211

He leído por la red que Daniel Monzón era un crítico de cine de verbo fácil, críticas exhaustivas y pensadas y una cultura cinematográfica rica y extensa. Es fácil que alguien con grandes dotes para el análisis sea de una nulidad absoluta a la hora de intentar ejercer de creador. El vasto conocimiento sobre un medio no es óbice para hacerse con la varita que posen los grandes directores, que les permiten dotar a una filmación de la magia necesaria para mantener al espectador pegado a una butaca durante hora y media o más. Pero Monzón confiaba en sus posibilidades y en su amor por el séptimo arte y se lanzó a la aventura de llevar sus ideas a la pantalla.

No he visto sus dos primeras películas, “El corazón del guerrero” y “El robo más grande jamás contado”, pero sí la tercera, previa a la que comento hoy, “La caja Kovak”. Recuerdo haber asistido a un thriller arriesgado, con un guión muy bien trabajado que conseguía transmitir intranquilidad y nerviosismo durante todo el metraje y a ratos incluso llegaba a acojonar. No pasó como con “Celda 211” en cuanto a las críticas que le dispensaron los profesionales y las opiniones estuvieron más bien variadas, pero yo me llevé un buen sabor de boca.

Ahora, parece que todo el mundo se ha puesto de acuerdo. Revistas mayoritarias, críticos cabroncetes, guionistas, directores, actores, público… es muy difícil encontrar a alguien que no hable maravillas de esta película. Y difícil es, también, que cuando todo el mundo se pone de acuerdo en algo tan subjetivo y estudiado como el séptimo arte, la película decepcione. El menda se acercó a verla y comulga de lleno con la masa. “Celda 211” es un peliculón.

Pero, ¿qué la hace especial en un género tan cerrado como el carcelario? Sobre todo, cuando tenemos grandes cintas con que compararla, como “Cadena perpetua” o “Fuga de Alcatraz”, o incluso, sin ser carcelarias exactamente, con elementos muy en común con “Asalto a la comisaría del distrito 13” o incluso “Río bravo”.

Pues lo que la hace muy grande son tres elementos claves en la realización de un film: un guión potente, medido y trabajado, unas interpretaciones sobresalientes y una dirección inteligente. Casi nada.

La historia trata sobre un funcionario de prisiones que se presenta un día antes del debido (en varios aspectos) en la prisión en donde tiene que entrar a trabajar, por eso de ir conociendo el ambiente, las instalaciones y los compañeros, con tan mala suerte que le pilla en medio de una revuelta carcelaria liderada por Malamadre, un preso cruel, inteligente y con un curioso sentido del honor con el que llegaremos a empatizar gracias a la enorme interpretación de Luis Tosar. Con una rapidez de reflejos instigada por el acojone de la situación, el joven funcionario se hace pasar por un preso más, por un lado, para no perder la vida y por otro, para intentar servir de enlace al exterior (entrando en conflicto algunas veces con su primera premisa).

Como ya he dicho, gran parte de la película se sustenta sobre la inteligente cabeza rapada de Luis Tosar, que firma un personaje que llena la pantalla de manera increíble. Malamadre es ya un icono de nuestro cine. Un malo malísimo con una personalidad arrebatadora. Un tipo complejo, con un sentido de la amistad elevado y una crueldad fría y aséptica.

Pero no es el único que destaca en esta prisión, sino que está perfectamente acompañado por un no menos genial Luis Zahera, de nuevo junto a Tosar desde los tiempos de “Mareas vivas”, serie que traspasó fronteras desde la TV de Galicia. Zahera se marca un yonkarra de Vigo antológico (no dicen su procedencia en ningún momento, pero a todo el que haya vivido en esta ciudad se le caerá una lagrimilla y todo de la nostalgia). Un tipo en las últimas, peligroso por no tener nada que perder y totalmente leal a Malamadre. O un Antonio Resines que deja a un lado su faceta cómica para dar vida a un hijoputa en el lado de los “buenos”, un policía con maneras gangsteriles que tendrá mucho peso en la historia.

En definitiva, Daniel Monzón y sus secuaces, se marcan una película memorable, un gran bozal de lujo que sirve para acallar a todos esos grandes pensadores de este país que no paran de pregonar que el cine español sólo hace películas de parados, putas, marginados y sucesos de la guerra civil. Un puñetazo en la mesa de los aborregados productores que no saben levantar la vista de los botones dorados de sus chalecos. Una ventana abierta que deja paso a un eléctrico soplo de aire fresco a la cartelera nacional.

Una película imprescindible.

publicado por Heitor Pan el 17 diciembre, 2009

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