El producto resultante no hubiese resultado tan goloso sin la aportación de sus dos actores protagonistas

★★★★☆ Muy Buena

Sherlock holmes

Si nos vamos al diccionario de la real academia, aparecen dos acepciones para el verbo criticar:

1 – Juzgar de las cosas, fundándose en los principios de la ciencia o en las reglas del arte.

2 – Censurar, notar, vituperar las acciones o conducta de alguien.

Parece que en el caso de “Sherlock Holmes”, la práctica total de la crítica cinematográfica internetera se ha concentrado en la segunda definición. Han entrado a degüello a la nueva película del ex de la tentación rubia poniéndola a caldo (a la peli, no a la tentación). Han dicho de ella que es excesiva, videoclipera, que desvirtuaba y destrozaba los personajes creados por Sir Arthur Conan Doyle. Han protestado sobre su estilo, sus métodos, su vestuario, su relación, su esencia misma. No hay nada como abordar un personaje popular como para que los puristas afilen sus colmillos con ganas de hacer pupita.

Como yo, ni soy crítico, ni leído, ni tengo ningún prestigio que tirar abajo, me puedo permitir el lujo de decir que esta nueva revisitación del personaje me ha divertido, entretenido, y entusiasmado. Me parecen dos horas repletas de acción, humor y sentido del espectáculo que para nada desvirtúan el personaje del investigador y son fieles al espíritu último de los relatos del escritor escocés: entretener.

Yo me pregunto si alguno de los críticos que destrozan la película alegando que se aleja del personaje y el espíritu original, se ha leído alguna de las novelas o alguno de los relatos en los que el genial y excéntrico investigador hacía uso de su casi sobrenatural capacidad de análisis o más bien, se basan en las anteriores películas sobre su figura.

Tenemos la idea de Holmes como un tipo tranquilo, deductivo, vestido con un sombrero muy particular y una pipa curvada, que toca el violín y vive con su compañero de fatigas y biógrafo, el doctor Watson, un cirujano más bien bajito y rechoncho muy por debajo de las capacidades del detective. Sin embargo, Conan Doyle describe a Holmes como un hombre inquieto, necesitado de casos y un completo desastre cuando no los tiene, drogadicto, con un perfecto conocimiento de las técnicas pugilísticas y de esgrima, maestro en el arte del disfraz y viviendo en medio del desorden doméstico más absoluto y a su compañero de fatigas como un exmilitar muy alejado físicamente de lo que las películas anteriores han descrito, características que vemos en la película.

De hecho, rasgos distintivos, que enseguida asociamos con el personaje del genial inquilino del 221B de Baker Street, aparecieron posteriormente a las novelas. Por ejemplo, el famoso sombrero cazador fue dibujado por primera vez por el ilustrador Sydney Pager para una revista, la pipa curvada aparece en una obra de teatro en la década de 1920 o la idea de que Watson es un hombre de mediana edad más bien bajo y gordo nos viene de sus primeras películas.

Así que los que se tiran al cuello de la producción enarbolando estos temas como bandera no me convencen ni lo más mínimo. Otra cosa es que la película no guste por no entretener, por considerar excesiva la acción o por su tono, motivos totalmente subjetivos que respeto muchísimo más. Porque hay dos puntos en los que el film de Guy Ritchie sí se distancia ampliamente de las novelas: el ritmo y el objetivo de la historia, centrado en un villano en vez de en un caso, influenciados ambos puntos por un aire muy comiquero.

Efectivamente, el tono de cómic se ve enseguida y no se trata de esconder. De hecho, el último responsable de que este producto haya aparecido en las pantallas, es el escritor y productor Lionel Wigram, que imaginó ese nuevo aspecto del detective, tan distinto a todo lo que habíamos visto en pantalla hasta ahora y lo plasmó en un cómic, dibujado por John Watkiss, que le serviría también para vender su producto a las productoras y a modo de primer storyboard. La Warner le echo el ojo y le pareció un tratamiento similar al que había dado nuevos bríos al caballero oscuro en “Batman begins” y se embarcó en el proyecto.

Pero a pesar de los sólidos mimbres que aportaban la historia y el buen pulso narrativo de Guy Ritchie, el producto resultante no hubiese resultado tan goloso sin la aportación de sus dos actores protagonistas, un excéntrico, maniático y genial Robert Downey Jr. como Sherlock Holmes y un elegante, irónico y sobrio Jude Law como John Watson. La perfecta química entre ambos da lugar a los mejores diálogos de la película, rápidos e ingeniosos, irónicos y graciosos, poniendo el contrapunto a la acción y la espectacularidad, bazas principales del film.

En el papel antagonista, Mark Strong interpreta al villano necesario para el lucimiento de los héroes (cuanto mejor sea el malo, más se lucirá el bueno, norma nº1 del lector de comics y consumidor de películas de aventuras), Lord Blackwood, un experto en magia negra, ocultismo y demás artes diabólicas que pretende (cómo no) dominar el mundo y que está basado (no en sus objetivos, pero sí en porte y misterio) en el oscuro y polémico Aleister Crowley, un librepensador, ensayista, poeta e iniciado en temas esotéricos que se dio a conocer en la primera mitad del siglo XX. Por cierto, tema el del ocultismo, también tratado en las aventuras escritas por Conan Doyle.

La película arranca con una persecución nocturna en la que en el primer acercamiento al detective podemos ver, de un plumazo, a que tipo de Holmes nos enfrentamos. Sherlock entra en un edificio y se encuentra a un grandullón al que se tiene que ventilar para llegar a su objetivo. La cámara muestra el rostro de Downey Jr. en primer plano por primera vez, mientras la voz en off de su pensamiento toma el mando de la escena, aplicando todo su poder deductivo y lógico a la resolución del conflicto. Holmes piensa el método más acertado para deshacerse del matón, mientras vemos, a cámara lenta, la ejecución de sus deducciones, para a continuación, pasar a la acción, desarrollando el proceso imaginado a toda pastilla. En una sola escena, hemos visto los rasgos principales que caracterizan al protagonista, nos hemos enamorado del personaje y estamos totalmente metidos en la película, ahí es nada. A partir de ahí, sólo tenemos que dejarnos envolver por los efectos especiales y la magnífica escenografía, que nos presentan un Londres enigmático y sucio, con su mítico puente a medio construir y por una partitura de Hans Zimmer que encaja como un traje hecho a medida.

En fin, no había disfrutado de una versión tan novedosa y fresca del investigador privado desde que de pequeño admiré los primeros efectos especiales por ordenador en la nostálgica “El secreto de la pirámide” (que algún día revisaré en la sección de “películas de mi infancia”) o desde que hace unas cuantas temporadas vimos nacer al irónico, inteligente, gruñón y televisivo doctor Gregory House (o a ver si os creíais que la similitud entre los nombres House – Wilson y Holmes – Watson son casuales, o que el médico viva en el número 221B por puro azar).

Ahora, sólo tenemos que esperar a su secuela (sólo hay que ver el final de la película y contemplar el dinero recaudado en taquilla para sumar dos y dos) para ver enfrentarse a Sherlock con su archienemigo, el profesor Moriarty, dando lugar al inicio de una saga que se presenta muy atractiva.

Como diría Moriarty en la serie de dibujos que tan buenos ratos nos hizo pasar a los de mi generación: “Jajejijoju”.

publicado por Heitor Pan el 24 enero, 2010

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