Desde la premisa de total y absoluta libertad creativa, a Quentin no le importa nada más que elaborar la historia que le gustaría ver como espectador

★★★★★ Excelente

Malditos bastardos

Quentin Tarantino tiene pinta de ser un tipo indicado para ir con él a tomarse unas cañas, o mejor, unos tequilas. Inteligente, rápido, divertido, cachondo, una metralleta verbal capaz de convertirse en el centro de atención a la mínima oportunidad. Lo veo haciendo chistes políticamente incorrectos mientras le tira los trastos a la camarera que trae la cuarta ronda de chupitos y recomendándote a renglón seguido una película de serie Z (y porque no existen más letras detrás) tailandesa sobre orientales manteniendo duelos al sol en el salvaje oeste para intentar defender al dragón protector de la aldea, o algo así.

Porque el cachondo de Tarantino, no es un cinéfilo, es un cinéfago y eso hace que me caiga muy bien. Es un tipo sin prejuicios al que le gusta pasárselo como un enano en el cine. Se la suda lo del cine de autor y lo que quiere son dos horas en las que pueda evadirse y salir contento, triste, asustado o con los pantalones húmedos de la risa (o de lo que sea), pero nunca criticando los encuadres, la iluminación o la falta de trasfondo, porque lo que le encanta es que la historia sea entretenida.

Pero no sólo eso, sino que Tarantino es una batea, pero no de las de mejillones, sino uno de aquellos platos que se usaban en el antiguo oeste en la fiebre del oro. Los buscadores llenaban aquella especie de ensaladera con agua y arena y le daban vueltas hasta que se quedaban con la pepita de oro, desechando lo que no valía. Él es igual, deposita en su batea mental las películas de chinos, westerns, bélicas y demás argumentos de la serie B y las agita hasta que extrae la parte más valiosa. Luego la pule a base de sus geniales diálogos y la pasa por su innato estilo de buen cineasta sin pensar en críticos ni convencionalismos. Si entras en su juego, te esperan por delante dos o tres horas de entretenimiento.

Después de darle la vuelta como un calcetín al género de artes marciales y a las típicas sesiones dobles americanas de serie B junto con su colega Robert Rodríguez, se ha pasado al bélico del estilo de "12 del patíbulo". Para su concepción, Tarantino parte de un subgénero chusco (cómo no) apodado "Macaroni combat", en el que los italianos, muy dados a italianizar los géneros estadounidenses (algunas veces de forma muy acertada, lo digo apuntando a Sergio Leone) se metieron en una vorágine de películas de género bélico. En concreto parte, de aquella manera, de una película de Enzo G. Castellari titulada "Quel maledetto treno blindato" y llevada a los Usamérica con el nuevo título "Inglourious Bastards" (a ver si vamos a ser los únicos que cambiamos sin ton ni son los títulos extranjeros). Y digo que parte de aquella manera, porque tras pasar aquella producción italiana por su batea mental, la pepita que quedó en el circuito neuronal de Quentin fue la emoción de pasarse la historia de la segunda guerra mundial por el forro y desmadrar con una pandilla de encantadores salvajes. Así, comienza el juego de la incorrección en el mismo título, ya que en su versión original la llama "Inglourious basterds", cometiendo la primera salida de tiesto al escribir mal una de las palabras y siguiendo por plantarnos una película bélica disfrazada de western… o al revés, como demuestra esa gran entrada con los títulos de crédito bajo la música de la película "El álamo" de Morricone (que iba a componer la banda sonora y al quedarse sin tiempo lo único que pudo hacer fue elegir unas cuantas piezas de su creación o adaptar algunas otras) o la transformación que logra hacer el músico italiano del "Para Elisa" de Beethoven, de pieza clásica a perfecta ambientación de un duelo de tiradores.

Desde la premisa de total y absoluta libertad creativa, a Quentin no le importa nada más que elaborar la historia que le gustaría ver como espectador. Buenos violentos, salvajes e ignorantes, malos educados, refinados y cultos, bellas traidoras, asesinos enamorados, estética de cómic, violencia a raudales, diálogos rápidos y deslumbrantes, una banda sonora extravagante y precisa y gamberradas a diestro y siniestro.

Cómo en una novela gráfica, el director plantea una misión suicida, que se empeña en tratar de asesinar a Hitler y acabar así con la segunda guerra mundial de un plumazo, desarrollando la historia en forma de capítulos, utilizando los primeros para la (brillante) presentación de los personajes principales y sus motivaciones y los últimos para la misión en sí, en la que diferentes grupos, con diferentes intereses, tratan de cargarse a la plana mayor del Tercer Reich en el estreno de una película de Goebbels sobre un héroe de guerra.

Por si no bastase la pericia de Tarantino, éste se rodea de una serie de actores que dan lo mejor de sí, no sé si gracias a la libertad que suponen los locos papeles que les ofrece o la dirección de actores del director. Supongo que será mezcla de ambas. El caso es que, los dos pesos pesados de la película, Crhistoph Waltz y Brad Pitt, están inmensos. El primero, un detective alemán tan sagaz como cruel, tan educado como manipulador. Un interrogador brillante, apodado "el cazajudíos" y que parece quererse a sí mismo lo indecible. El segundo, un teniente americano de cultura escasa, con la afición de cargarse nazis y guardarse sus cabelleras como recuerdo, con un sentido del honor más bien dudoso y una habilidad discutible como tatuador. Rodeándoles, una ingente cantidad de secundarios políglotas que enriquecen la película como si fueran una versión mejorada de caldo Starlux, como Eli Roth (dire de "Hostel" y coleguita de Tarantino), Diane Kruger ("Troya", "La búsqueda") o Daniel Brühl ("Good bye Lenin!", hablando español, inglés, francés y alemán puede trabajar donde le de la gana).

Tarantino no se corta un pelo y nos planta dos horas y media de diversión, imaginación y talento en el que el único punto que puede resultarnos chirriante es la no linealidad de la acción, compuesta, como ya he dicho, a base de capítulos, pero que, todo el que tenga el lóbulo temporal acostumbrado a leer cómics, asumirá sin ningún problema. Eso sí, cada capítulo supone una realización brillante. Da gusto ver cómo este tío maneja el ritmo adecuado de cada escena como si hubiera absorbido todos los superpoderes de Hitchcock (no confundir con Hancock).

Han pasado 17 años, siete películas y unas cuantas colaboraciones desde que Tarantino sorprendió al mundo con "Reservoir dogs". Se lo toma con calma entre peli y peli y eso le sirve para elegir cada nuevo proyecto con el mimo y las ganas que se merecen. Si continúa marcándose cintas de esta calidad, le dejo que se tome el tiempo que quiera para la siguiente. No te cortes, Quentin, elige otro género y pásalo por la Tarantinator.

publicado por Heitor Pan el 14 octubre, 2009

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