Malditos bastardos
Baudrillard dejó escrito que el “retro” – para quien éste sería un modo de objetivizar los mitos históricos convirtiéndolos en fetiche adecuado a la moda del presente – insistía en pseudoacontecimientos en los que podemos comprobar una rehabilitación espectral, paródica, de todos los referentes perdidos, que todavía se despliegan en torno a nosotros, bajo la luz fría de la disuasión. Entre las múltiples maneras con las que podríamos intentar esclarecer la necesidad de elaborar ese brochazo referencial habría que destacar dos enfoques, a modo de síntesis: por un lado, la mirada distante que permite liberarse de los modelos que han propiciado un culto personal o público con el propósito de actualizar su expresión desde la perspectiva que impone el ahora, la actualidad de sensibilidades y proyectos estéticos en boga. Puede ser el exámen mediante la ironía, la nostalgia o la completa transformación de esos contornos míticos. La otra opción a destacar consiste en abrazar por completo esos objetos desde el sentimiento presentista, y en ese caso la parodia ya es un cauce sobre el que desarrollar unos referentes inseridos en un relato que – a pesar de romper los esquemas con su trazo sardónico – queda constituido según los ingredientes que definen el drama convencional. Tarantino ofrece despiporre y tragedia en un único formato susceptible de ser contemplado en más de un sentido. Ha unido las piezas de su arma favorita (!This is my masterpiece¡, y no ¡could be¡, pusilámine. El condicional siempre nos delata) de tal modo que la gamberrada se sucede con el ruido apropiado a esos estereotipos sacados del cómic, del western de Sergio Leone y otros subgéneros procedentes de Italia, algo de Peckimpah y también algo de la comicidad de los Farrelly. Todo ello sin perder el gusto por narrar, partiendo de las piezas hasta llegar a la conjunción de todas ellas en un mensaje en el cual es la mirada de la gran pantalla la que desestabiliza, sentencia y atrapa a los personajes reunidos en la sala de cine, presidida por el mismo Adolf Hitler. Ese momento apoteósico es el encaje resolutivo que esclarece la divagación autocomplaciente de Tarantino. Hagamos un breve análisis para comprobar cómo Tarantino ha construido su particular Imagen: las set-pieces recorren el metraje con la función de presentar personajes y – a un mismo tiempo – situaciones caracterizadas por un desarrollo fundamentado en un soberbio manejo del tempo y en la contención dramática, la cual precede al súbito estallido de la violencia, acciones que son el nexo entre los distintos capítulos en dirección al estallido final, partes de una narración sobre nazis a la caza de judios y norteamericanos a la caza de los nazis que incluye algunas pinceladas del cine tradicional de espionaje, así como del melodrama. Esto nos remite al carácter narrativo de una película que permite jugar con la mezcla de géneros y referencias que son el estrato inicial de una Imagen que termina por ser fiel a las leyes de la narración clásica. Más allá del baile ininterrumpido de referentes, la película cuenta una historia (la de Shoanna y el joven militar, la del cazajudios y la de los matanazis) que culmina en una sala de cine, la cual – en la construcción de Tarantino – es el signo que nos permite identificar la narración concreta con la abstracción autoconsciente. Es meritorio que el material utilizado de partida y el autohomenaje al que finalmente llega sean igualmente valiosos, estratos de forma y contenido complementarios en una juerga que solo termina donde lo permite la imaginación del espectador.Y volvemos a la resolución. ¡Que arda el celuloide!. El creador ha consumido la tradicional organización de las piezas – hasta llevarlas a un nuevo y perfecto equilibrio – y disfruta con ese fotograma que las sentencia con humo y fuego. Estas secuencias son las que ejemplifican – por encima de valoraciones sobre la autocomplacencia y preceptos en torno a el uso abusivo de clichés – el poder de la Imagen cinematográfica. El Cine se admira a sí mismo mediante espectros que pasan a formar parte de él, a pesar de este ritual sardónico.