Death Proof
La pieza de Robert Rodríguez configura sus imágenes con el fin de evocar la nostalgia desde la imagen y los clichés del subgénero, pura estética retro, puro efectismo y morbo gratuito de sensaciones y aprovechamiento de las expectativas con las que el espectador digiere el zafarrancho visual. Es decir, evocar exclusivamente desde la forma, lo cual limita el producto a una mera exposición hiperbólica de las acciones y tics propios del ámbito que pretende homenajear. O sea, en última instancia, vacuidad y juego onanista carentes de un sello personal.Quentin Tarantino quiere implicarse como cinéfilo y como realizador aportando sus pulsiones al conjunto, y consigue reducir el desequilibrio entre forma y fondo, tan evidente en Planet Terror. La historia del psicópata conductor de coches de la muerte que persigue y acosa a muchachas de buen ver es el idóneo soporte argumental para que el señor Tarantino desarrolle sus neuras y queden expuestas mediante un tratamiento cinematográfico que apela al sarcasmo y la parodia.
Tarantino se ríe de sí mismo tanto como de los espectadores que pretendan tomarse en serio su película. Pero siempre partiendo de la ideación de un concepto macabro y divertido a la vez, recupera su ingenio a la hora de ridiculizar ciertos aspectos de la sociedad norteamericana y del cine como producto de entretenimiento. La representación del psicópata y las muchachitas responde a una intención de hablar sobre el machismo reprimido y el consecuente remordimiento. Es decir, Tarantino supera el modelo a imitar, para llevarlo hasta un desenfreno de tonos enfermizos, de sátira brutal y personajes punzantes. Lo de Rodríguez no pasaba de ser un ejercicio mimético. Death Proof imita desde la rabia y la comicidad, crea un concepto a través de las imágenes. Por tanto, supera el efectismo y logra la validez cinematográfica.
Tal vez la mayor virtud sea el equilibrio y concordancia temática entre la acción y los diálogos que la preceden. La construcción de personajes y de los tonos emerge directamente desde unos diálogos que pueden parecer, a primera vista, insulsos, pero analizados con detenimiento vemos la trama juguetona que esconden, los dobles sentidos, los guiños, y la aparición de motivos que “estallan” en las posteriores escenas de acción. Es decir, no es un desbarajuste narrativo al servicio de la acción espectacular y el morbo (como en el caso de Planet Terror), sino que posee una intencionada estructura narrativa según el contenido satírico. Una posible interpretación del material fílmico sería que estamos ante una elegía sardónica sobre la lucha de sexos en su estrato más primitivo; pura testosterona, deseo de poder, intimidar, influenciar, de no ser menos que los demás. En fin, de aspectos naturales y patéticos del instinto gregario-borreguil que prima en una juerga de fin de semana en esa america profunda que Tarantino tanto ama y tanto odia.
En cualquier caso, guste o no guste, su juguete es expresivo. La filmación de las persecuciones en coche transmiten toda la carga de locura y neurosis inherentes al relato (a menudo recuerda la maestría desplegada por Spielberg, a similares efectos, en “Duel”) , perfecto ejemplo de que para crear frenesí y clímax no es necesario mover la cámara en exceso -caso de Paul Greengrass – y de cómo se puede crear un clima psicológico que englobe a todo el conjunto de perfiles en una situación concreta: gran ejemplo es la escena en el bar, en la que el segundo grupo de chicas mantiene una larga conversación (conversación en la que se exponen los temas que tendrán resolución en el posterior duelo de coches, que nadie se engañe, en esta película todo esta atado y bien atado) la cámara describe un travelling en círculo, hasta que en un momento dado vemos a Kurt Russell al fondo, sentado en la barra que instantes después abandona.
Esa escena resume, por los diálogos que allí se condensan y por lo que visualmente queda expresado en una significación (precisamente, un buen cineasta utiliza su cámara para crear significados, no para el efectismo, recurso de menor valía artística) el carácter macabro y a la vez satírico-cómico de la obra, la cual, a pesar de sus flaquezas y de abusar de elementos autocomplacientes, no pierde de vista las posibilidades de exploración de un subgénero y del estilo del autor.