Avatar
“Avatar” explora el drama originado en el enfrentamiento de dos colectivos, representantes de esa dualidad que de manera tan frecuente aparece en el cine de James Cámeron: ostentación tecnológica contra primitivismo. Ambas partes luchan por alcanzar un deseo, en un caso la obtención de un recurso clave para la industria y en el opuesto la permanencia de una cultura atávica, con todo el corpus de creencias místicas que define sus intereses. Si hubiera que identificar la Idea que mueve el discurso y el desarrollo de la acción, tendríamos que hablar del deseo como algo que arranca de la mirada del protagonista. Jake Sully es un soñador que disfruta su oportunidad de renacer y huir del infortunio mediante la tecnología para encontrar su particular parque de atracciones en ese mundo indígena que parece sacado de un cuento de hadas. La película, de hecho, comienza con la mirada de Sully y concluye con la del avatar que le ha permitido alcanzar su deseo. Esta mirada ensoñadora y romántica es precisamente la idea opuesta a aquella metamorfosis sórdida que vimos en la brutal sátira conocida con el titulo de “District 9”. La lucha de los humanos contra los Navi es la forma utilizada por Cámeron para definir los ámbitos sobre los cuales evoluciona la deriva psicológica del personaje central, efectiva articulación de un relato completamente subjetivo. Al igual que en "Titanic", resulta asombrosa la pericia de Cámeron a la hora de confeccionar guiones en los que el equilibrio entre el drama individual y el colectivo es perfecto. No podríamos identificar la tragedia del Titanic sin la percepción individual de Rose Dawson Calberg de igual modo que no podríamos valorar la lucha entre tecnología y atavismo sin la peculiar mirada de Jake Sully. En resumidas cuentas: desplegar una historia clásica a base de arquetipos, pero al mismo tiempo otorgarle su propia idiosincrasia, un instrumento con el que el espectador puede sentir empatía y vivir la aventura desde esa mirada subjetiva de la que puede ser parte integral. Esto es algo que solo cineastas como Steven Spielberg o el propio Cámeron pueden lograr. Han dejado en pañales, por cierto, a Michael Bay y a Christopher Nolan como insufribles cineastas de la acción espectacular.Y a partir de este punto, la técnica se vuelve invisible y ya solo es parte del arrollador sentido del espectáculo. De hecho, me pregunto dónde queda el límite entre espectáculo, narración y técnica. Es absurdo hablar del predominio de la forma sobre el fondo, o del lucimiento de los efectos visuales sobre la construcción y desarrollo de la historia. La tecnología utilizada por Cámeron, en verdad, no es un avance realmente significativo a estas alturas. La novedad radica en que Cámeron ha convertido a la técnica en la intérprete exacta y adecuada para sus fines específicos. Los recursos cromáticos utilizados en la caracterización de la fauna que habita el bosque de Pandora – la textura azulada y sus contrastes – se convierten en la materia y el alma de los sueños de Jake Sully. Si la película es una arrolladora declaración de escapismo en la que solo importa la libertad de elegir y quedarse con el cuento de hadas interestelar, Cámeron ha creado la Imagen más poderosa que la Sci-fi ha dado en mucho tiempo, entendiendo el cine como el arte visual de la acción espectacular, el arte más popular y accesible, con lo cual la simplicidad de rasgos y la sencillez narrativa son atributos indispensables.
Esas secuencias de la doma de los reptiles alados y el posterior vuelo. O las de Jake Sully defendiéndose de las bestias de la jungla. Son lugares comunes del cine fantástico y de aventuras que aquí han encontrado un nuevo ámbito para la fabulación. Concretamente, la realización del vuelo de Jake a caballo de su reptil alado muestra un vigor en el uso de la panorámica y el plano medio en velocidad y movimiento que no tiene parangón, fortaleza narrativa confirmada, además, en el contexto dramático en el que se ubica ( un paso trascendente en el camino iniciático del héroe ). La técnica, insisto, es la historia y el alma de los personajes. Por lo demás, no deja ni un solo cabo por atar en el conjunto de personajes y elementos que progresivamente irrumpen en escena a lo largo de todo el metraje, alarde de estructura en la que, en un momento de clímax, todos los actores del drama confluyen en una sola acción: la batalla final en la que la totalidad de los seres participan en la lucha como una respuesta a la llamada de Eywa, un momento épico y emotivo que culmina con el duelo entre el líder de los indígenas y el líder de la corporación tecno-militar. La lucha atávica en todo su esplendor. Una síntesis perfecta del anterior desarrollo. James Cámeron demuestra, aparte de su aptitud para escribir un guión perfectamente estructurado, con su debido planteamiento, desarrollo y conclusión, su dominio del lenguaje puramente visual para caracterizar a personajes y establecer el arquetipo en el juego de opuestos. Fijémonos, como ejemplo muy claro, en las arengas previas a la gran batalla final. Por un lado, Jake Sully enciende los ánimos de los Navi bajo la luz de Eywa y en el entorno de ese bosque feérico. En su contraparte tenemos la arenga del coronel, a quien vemos en una composición de planos en los que su perfil amenazador (contorno) aparece superpuesto al fondo de una imagen de naturaleza devastada por las máquinas. Como en el cine mudo, la imagen puede expresar la totalidad del contenido dejando el elemento textual en un segundo plano.
Siendo, en definitiva, un contundente ejercicio visual de enorme calado narrativo, resulta decepcionante e inesperado que a menudo ceda tanto a la intención panfletaria sobre el ecologismo, las modas “new age” y los tópicos en torno a la figura del buen salvaje. Ello, no obstante, solo es un apunte a pie de página ante la fuerza de este escenario escapista y sin complejos.