Un consejo: cuando alguien les diga que una película es “”fresca, sin pretensiones, para pasar el rato y distraerse”” corran como alma que lleva el Diablo

★☆☆☆☆ Pésima

El código Da Vinci

Por motivos de viaje y mudanza he llegado tarde a la discusión, pero no puedo dejar de hacer un breve comentario dirigido a todos aquellos que, de una forma u otra, han cumplido con su labor de niños buenos haciendo su pequeño aporte a la inmensa fortuna de Dan Brown. Estas líneas, como ya habrán adivinado, van dedicadas a todos aquellos que, como yo, han tenido la particular experiencia de ver El código Da Vinci (2006). Algunos no solamente han sufrido en carne propia dicho acontecimiento, sino que se han dejado seducir por la tentación de escribir unas cuantas líneas y hasta más (como Gandica, que hasta la fecha le ha dedicado la friolera de tres entradas consecutivas).

Y me perdonará precisamente el señor Gandica, pero en esta ocasión tendré que disentir ampliamente con lo expresado por él en su artículo. Valorar una obra (llámese cine, literatura, pintura o lo que sea) únicamente por su factor de polémica es, a mi juicio, un defecto crítico inexcusable. El que el libro de Brown o la película de Ron Howard hayan puesto los pelos de punta a la Iglesia Católica o a los miembros del Opus Dei tiene sin duda su valor anecdótico, pero no basta para salvar de la hoguera este desastre inclasificable que nos han pretendido colar como blockbuster veraniego (sin duda alguna el más publicitado en lo que va de año, porque mira que hemos estado hasta las narices con el código este). No tengo ni idea de por dónde empezar a desmontar este despropósito hecho película, pero así a vuelo de pájaro se me ocurre lanzar unas merecidas piedras contra un aburridísimo Tom Hanks (cuyo corte de pelo es sin duda el punto más polémico de la cinta), un guión espantoso obra del no menos deplorable Akiva Goldsman (quien tiene en su haber Una mente brillante, pero también Batman & Robin, no lo olvidemos) y una insoportablemente sosa Audrey Tautou (lo diré sin miedo: no aguanto Amelie, una película tan empalagosa que dejaría tieso a un diabético) cuyo papel se reduce a poner cara de asombro cada diez minutos. Ni hablar del risible Paul Bettany como el monje-psicópata o el descarriado Jean Renó en su papel de policía del Opus. El alma solitaria que más o menos hace algo por salvar el día es Ian McKellen, quien al parecer es el único que no trata esta pantomima psuedo-conspiratoria como si fuera Shakespeare.

Pero volvamos al punto inicial: ¿cuál es el mérito de esta película? La respuesta es simple y dolorosa: ninguno. Los menos tímidos han intentado defenderla (como defendieron en su día el libro) argumentando que se trata de una obra de ficción, un divertimento superficial que no debe ser tomado en serio (*). Quienes dicen esto caen en un doble error: en primer lugar porque su comentario es redundante al ser precisamente la seriedad con la que muchos se toman todo este cuento el principal motivo de disgusto por parte de quienes despotrican contra el libro de Dan Brown, y en segundo lugar porque el propio Dan Brown señala en la primera página que lo que está escribiendo se basa en documentos reales y en hechos comprobados, de manera que ya desde el principio la obra aspira a más que mero entretenimiento. Cualquier persona con un mínimo de cultura general y cuatro dedos de frente(que además sirven para hacer una búsqueda rápida en Google) sabrá que las argumentaciones sobre si Jesucristo tuvo o no hijos con María Magdalena se basan en una teoría de conspiración que es reconocida como patraña hasta por los mismos agnósticos, es decir, la gente a quien más le suda la polla (nunca mejor dicho) si Chuíto dejó o no vástagos por el mundo. Ni hablar de las numerosas descripciones que lanzan tanto libro como película de obras de arte, hechos históricos y demás, falsedades deliberadas (o al menos franca ignorancia) que podría desmentir hasta un estudiante de bachillerato. No hablo de eso porque ya se encargó del tema Rodrigo Fresán, y si buscan seguro que encuentran au artículo por ahí. Y de todas maneras, yo no creo que el mero hecho de oponerse a algo, de crear polémicas y de provocar sea en sí mismo y por sí solo algo bueno (y usted que lee tampoco debería creerlo, porque eso cuando mucho es retórica caduca del mayo francés).

Pero claro, todo esto sería perdonable (que generoso estoy hoy, casi ni me reconozco) si no estuviéramos ante una película aburrida, pretenciosa, soporífera, sin el más mínimo sentido de ritmo o personaje, un desastre contínuo que llega a balancear hasta tres finales diferentes y cuyo mayor detallazo ha sido el de despertar la ira no sólo de la Iglesia (que prueba una vez más ser la mejor agencia de publicidad de la historia, porque hay que ver la pataleta de niño malcriado que ha montado, provocando por supuesto que más gente vaya a ver la película) sino también de una dichosa organización nacional de albinos (¿dónde sino en Estados Unidos?) que están hartos de que los “no-pigmentados” siempre aparezcan como los malos en el cine.

Y sin duda alguna, el más tonto de todos soy yo, que he caído en la trampa incluso tras haberme leído el libro hace dos años y saber de antemano que esto olía a catástrofe. Una escena en particular me hizo estremecer de terror: el momento en que un cura (muy malo malo malísimo) dice “la sangre está siendo vertida” y para remarcar su genial frase, derrama vino sobre la mesa. A partir de ahí las lágrimas empezaron a caer. Lo que me venía encima era de lujo.

Les daré un consejo: cuando alguien les diga que una película es “fresca, sin pretensiones, para pasar el rato y distraerse” corran como alma que lleva el Diablo, porque seguramente será el peor bodrio que hayan visto en su vida.
publicado por Hombre Lobo el 3 junio, 2006

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