Pesadilla en Elm Street: el origen
Pesadilla en Elm Street: el origen (2010) es probablemente uno de los remakes de terror en los que menos esperanzas tenía. Sus responsables se hallaban ante el "reto" que supone hacer una versión de una de las cintas de terror más icónicas y reconocibles de los ochenta (o de cualquier década, a decir verdad), y cuyo protagonista estaba asociado irremediablemente a la imagen de un actor específico. Además, aparte de ser este el cuarto remake de un clásico realizado por la Platinum Dunes, en esta ocasión la ventana de tiempo con la que trabajaban era la más breve; apenas veintiséis años separan a esta película del original de Wes Craven, el cual todavía se mantiene vigente después de todo este tiempo. El resultado es una cinta que lucha entre su propósito de hacer algo nuevo con Freddy Krueger y la supuesta necesidad de complacer también a los seguidores de la saga al hacerla fácilmente reconocible a aquellos que ya han seguido todas las andanzas del personaje en esta su novena aparición. Es esta diatriba lo que al final termina perjudicándola un poco.
Una de las peores sensaciones que me había dejado el avance y material publicitario de esta nueva Pesadilla en Elm Street era la aparente imposibilidad por parte de sus responsables de alejarse del camino seguro ya trazado por Craven hace más de dos décadas. El argumento varía muy poco, y la premisa del asesino con dedos de cuchillos que acosa en sueños a los hijos de aquellos que le quemaron vivo años atrás se repite nuevamente. En ese sentido es exactamente igual y mantiene la premisa que caracterizó a Freddy durante tantos años. Hay una diferencia narrativa, sin embargo, que separa a este remake del resto de los slasher films y que reside en su carácter episódico: no hay realmente un protagonista en el sentido clásico de la palabra, ya que la película va siguiendo el punto de vista de cada una de las víctimas de forma consecutiva hasta que muere, cambiando entonces el enfoque de la trama a otro de los jóvenes de Springwood. No hay grandes sorpresas en cuanto al destino de estos chicos y sus equivalentes de la original, pero se agradece este pequeño cambio. Hay también al menos una voluntad por parte de sus responsables de volver a hacer de esta una película de miedo, lo cual es loable tras una saga que en sus últimas encarnaciones era más dada a la autoparodia.
Pero a más allá de semejanzas argumentales y la ya muy predecible estética cuidadamente sucia que caracteriza a estas nuevas versiones, el verdadero desafío está en la figura de Freddy Krueger, quien es por primera vez interpretado por otro actor. A decir verdad, Jackie Earl Hailey no hace un mal trabajo. Su Freddy, a pesar de que muy parecido (tal vez demasiado) al original, sabe aprovechar muy bien el detalle argumental que este remake da al personaje, y es que en esta ocasión la película hace explícito aquello que en la saga original sólo se intuía: que Freddy es un pedófilo. Esta idea por desgracia no es suficiente para quitarnos la sensación de que este Krueger no es tan amenazante como el original, algo a lo que se suma el físico más pequeño y menos imponente de Hailey, cuyo personaje queda en clara evidencia en una secuencia onírica convenientemente convertida en flashback en la que Freddy es ajusticiado por los padres de Springwood y en la que el villano se muestra como un ser profundamente débil y patético que termina siendo incluso una figura algo trágica. Es entonces cuando viene el problema porque se hace muy difícil creer que ese Krueger se convirtió en el monstruo que mata a los chicos en sus sueños, e incluso detalles icónicos como la estética del personaje (guante de garras incluído) pasan a ser irrelevantes y su presencia una pobre concesión al fan.
Esto sería un mal menor si no fuera porque revela la que probablemente sea la mayor carencia de Pesadilla en Elm Street: el origen: haber dejado a un lado aquello que realmente hacía único a Freddy. Porque el personaje creado por Wes Craven es más que simplemente un fantasma que mata en los sueños. Aquellos que hayáis visto la original recordaréis sin duda que una de las cosas más inquietantes de Krueger era que comenzaba de forma anónima y sutil como una voz en las sombras e iba cobrando corporeidad a medida que los demás creían en él. Es ese carácter de leyenda que cobra vida y existencia real a partir del Miedo lo que hace interesante al personaje, y algo que ni siquiera sus secuelas más cutres olvidaron. Aquí ese concepto está prácticamente ausente puesto que los únicos que conocen la "leyenda" de Freddy están del otro lado de la pantalla, y es esta autocomplacencia la que al final termina pasando factura a una cinta que para colmo está salpicada aquí y allá de una ocasional pobreza técnica en el lado digital (la imagen de Freddy dentro de las paredes es un efecto que está mucho mejor hecho en Agárrame esos fantasmas (1996), una película de hace catorce años) y sustos baratos como una escena que es un evidente plagio de Pulse (2001). Todo esto junto deja muy claro que este es un remake hecho con plena conciencia de un público que va simplemente a visitar de nuevo a un viejo monstruo visto a través de un prisma glamuroso y elaborado que, aunque pasable, es francamente innecesario.