Pesadilla final: la muerte de Freddy
Debido a mi edad, Pesadilla final: La muerte de Freddy (1991) fue la primera película de la saga de Pesadilla en Elm Street que pude ver en una sala de cine, y recuerdo que en su día fue una posibilidad emocionante; no sólo era ya para entonces un fan irredento de la saga, sino que además el anuncio de que esta sería la última cinta de Freddy Krueger era más que suficiente para arrastrarme a verla, aparte de todo lo que se había publicitado el lanzamiento de la película en 3-D. De aquello sólo queda la mera anécdota, porque no nos engañemos: esta sexta entrega es con toda seguridad la peor de la saga, una que no sólo mató a Freddy a nivel de anécdota sino incluso ya como franquicia de terror. Prácticamente todos los problemas que venían arrastrando las secuelas anteriores se notan aquí exacerbados, apilándose todos en un desplome final que conforma una de las secuelas más tristes que se han hecho.
Gran parte del problema comienza cuando la película, en una jugada dramática inexplicable, rompe prácticamente toda continuidad con las secuelas anteriores y nos sitúa diez años después de la quinta parte, informándonos que Freddy Krueger de alguna forma triunfó sobre sus rivales y logró cargarse finalmente a los jóvenes de Springwood, convirtiendo la localidad en un pueblo fantasma. Mediante sus poderes logra exiliar al último joven superviviente de la masacre para que salga al mundo exterior y le traiga nuevas víctimas para comenzar un nuevo reinado de miedo en otro sitio. El chico en cuestión llega entonces a un centro para jóvenes problemáticos, con un muy conveniente caso de amnesia y dispuesto a arrastrar a otros a la búsqueda de sus orígenes. Semejante argumento no sólo desecha por completo toda la evolución argumental de la saga, sino que encima nos obliga a presenciar como otros personajes tienen que descubrir quién es Freddy Krueger, algo inconcebible si tenemos en cuenta que estamos ya en la sexta película.
A lo que definitivamente no renunciaron fue a la transmutación de Krueger en un payaso parlanchín, cuyo bajísimo body-count está plagado de chascarrillos que no sólo son muy predecibles dada la marcada naturaleza de cada una de las víctimas, sino que en muchas ocasiones resultan sonrojantes (la secuencia del videojuego es vergonzosa donde las haya), sin nada del marcado estilo surrealista de las películas anteriores, algo que puede tener su explicación en el tratamiento de bajo presupuesto que New Line dio a la cinta (si es que hasta el maquillaje de Freddy se ve mucho más pobre que en sus antecesoras).
Tras una trama insulsa que incluye una interesante pero demasiado breve visita al Springwood desierto (con inexplicables cameos de Tom Arnold y Roseanne Barr incluídos) y el descubrimiento de un descendiente de Freddy que resulta indispensable para el desenlace, entramos al clímax de la película, realizado, como ya mencionábamos arriba, en 3-D. El enfrentamiento entre la final girl y Freddy Krueger, al que se ha dotado de un componente demoníaco que intenta explicar de forma chapucera los poderes del asesino de la calle Elm, es sumamente pobre y muy poco digno de un personaje con esta trayectoria. Más que derrotarlo, al pobre Freddy parece que lo linchan sin que tenga la más mínima oportunidad. Encima el empleo de las tres dimensiones está poco aprovechado (tanto en tiempo de metraje como en recursos) y la cinta comete el error de intentar justificarlo metiendo las gafas de cartón en la película (!). Para el momento, sin embargo, poco interesa, tratándose sólo del colofón a una serie casi ininterrumpida de despropósitos.
Como curiosa nota final tengo que mencionar que para esta película se escribió en su momento un guión firmado nada menos que por Peter Jackson que sí enlazaba con todas las cintas anteriores, pero dicho argumento fue rechazado de un plumazo por la directora (y nueva guionista) Rachel Talalay, quien finalmente se encargó de matar a Freddy no sólo en el cine, sino también en el ánimo de todos aquellos que le habían seguido. Lamentable.