La Jungla 40
Los grandes estudios parece que están llegando a la conclusión, más vale tarde que nunca, de que el tiempo de las vacas gordas de los remakes está tocando a su fin. Y cómo no, ya han iniciado la búsqueda de una nueva fuente de ingresos segura y rápida. Pero una no excesivamente original, porque como dijo aquél, ¿eh?, ¡esto es Hollywood! Han vuelto o lo harán próximamente personajes míticos del cine de acción y aventuras como Rocky, Rambo, John McClane o Indiana Jones. Sin olvidar a los que nunca se han ido, como James Bond.En el marco de la era digital, en la que es prácticamente impensable ver una película de acción que no contenga gran cantidad de planos y secuencias generados por ordenador, vuelve John McClane. El detective más irreverente del departamento de policía de Nueva York se encuentra una vez más en el lugar equivocado y en el momento menos indicado. Como si se tratara de un dinosaurio, McClane debe enfrentarse a los planes de un malvado terrorista cibernético. La Jungla 4.0 es ante todo una película honesta, que no engaña a su público, porque ofrece lo que promete, algo digno de alabar en el cine de acción actual. Las casi dos horas de duración se pasan volando, y en ese tiempo el espectador es testigo de una acción frenética y espectacular, que destaca por su realismo frente a lo artificial de la generada por ordenador. El único pero que se le puede poner a la cinta es el breve discurso patriótico que suelta Bruce Willis a la mitad del segundo acto. Bruce Willis está en su salsa, y los admiradores de La Jungla de Cristal quedarán sobradamente satisfechos con el resultado final. Y el resto de espectadores que busquen auténtico cine de entretenimiento, también.
La Jungla 4.0 es una de las mejores películas de acción de los últimos años, que se mantiene fiel al espíritu de la saga a la que pertenece. Las peleas, persecuciones y explosiones están sazonadas con el particular sentido del humor de John McClane, auténtica razón de ser del film.
Lo mejor: Haber mantenido el espíritu de la saga.
Lo peor: El previsible discurso patriótico.