La Jungla 40
Mostrábamos recelo, hace unos días, hacia la última entrega de la saga de la Jungla de Cristal, una de esas series cinematográficas que tanto nos gustan y que forman parte de nuestra educación sentimental. Educación sentimental no estrictamente fílmica, dicho sea paso.Todos sabemos que John McClane era un tipo cínico y medio acabado, portador de esa estética del perdedor que tanto nos gusta. Mal hablado, violento, políticamente incorrecto y, además de todo ello, fumador. Una pena de hombre, vamos.
Su primera aparición en pantalla data de 1988, nada menos. ¡La de cosas que han pasado en el mundo desde entonces! De la caída del Telón de Acero a la globalización planetaria, veinte años son toda una vida. Y jugando con ese cambio de escenario geopolítico, cultural y cibernético, los productores de la saga de la jungla cristalina, tras dar descanso a su protagonista durante trece largos años, lo rescatan del ostracismo y, así, ante su renacimiento cinematográfico, es razonable mostrar una cierta preocupación.
¿Qué habrá sido de McLane en estos años? Porque las imágenes promocionales nos lo muestran bastante enterito y compacto, sólido y de una pieza. ¿Se habrá hamburguesado? ¿Se habrá hecho políticamente correcto? ¿Habrá dejado el tabaco?
La respuesta, en “La jugla 4.0”, un titulo que ya resulta bastante ilustrativo y que, desde el principio, pone sus cartas boca arriba. Empecemos con los malos. Que son de esos malos malísimos pero, a la vez normalísimos. Nada de excéntricos mutantes o locos desfigurados. No. Los malos son un compacto grupo de JASP, muy guapos y listos ellos. Y su propósito: el caos total, claro. Un atentado terrorista de carácter cibernético que, además de hacerles ricos, subvertirán el orden mundial tal y como lo entendemos.
Quizá un arranque como éste les pueda sonar. Más a los teléfilos que a los cinéfilos. ¿No tiene un cierto aroma a esa serie que, supuestamente, acaece en tiempo real? Rápidamente pasamos al héroe, que tiene problemas con una hija que reniega de él y, sin solución de continuidad, nos presentan a un chaval anónimo, vulgar y corriente, pero con un talento especial, en este caso para los ordenadores y que desde el principio se pone en el punto de mira de los malos.
Y ya está montada la historia. ¿A qué estamos en un escenario reconocible? Atentos a lo que dice Willis en una entrevista: “Que tantos personajes se hayan basado en McClane es normal. Por ejemplo Jack Bauer. Kiefer Sutherland está haciendo un gran trabajo inspirándose en la jungla”.
Da igual qué fue antes, si el huevo o la gallina. El caso es que la Jungla, en su versión Punto Cero, es una película modélica que bebe de la modernidad televisiva y globalizada en que se dan la mano el héroe de entonces y los héroes de ahora mismo. Porque el protagonismo de la película es doble. En la mejor tradición de las Buddy-movies, McClane ayuda y es ayudado por un compañero espontáneo, un hacker para quien el personaje interpretado por Willis es un dinosaurio que, a su vez, mira al genio de los ordenadores como si se tratara de un marciano.
Y en esta dialéctica entre el héroe analógico y el digital se mueve toda la película, a caballo entre lo paródico y lo caótico. En ese sentido, el Brujo, personaje interpretado por uno de los gurús de la modernidad, Kevin Smith, resulta paradigmática: su centro de operaciones es de lo más moderno del mundo, pero ahí hay un radio transmisor, de los de toda la vida, que será lo único que funcione cuando todo se vaya a la mierda por culpa del cíberterorrismo.
Y está la acción, a raudales. Y la violencia, menos explícita que otras veces. Y el humor, más ácido y corrosivo. Y las palizas que le caen a McClane. Como siempre. Y, por todo ello, estamos ante una peli estupenda. Moderna y clásica a la vez, en el mejor sentido de ambas expresiones. Un poco larga, quizá. E hiperbólica y desmesurada, claro. Pero es que, aunque sea en su versión Punto Cero, seguimos estando en “La jungla de cristal”.