María Antonieta
Alargada es la sombra de “El Padrino”, o de su padre, Francis Ford Coppola; que ha inoculado en Sofia la pasión por el arte audiovisual, a la vez que le ha generado cantidad de detractores y admiradores.“Lost in Versalles”, Sofia Coppola nos transporta a la Francia pre y revolucionaria para mostrarnos otra pasión, la de una niña de 14 años obligada a dejar atrás todos los objetos de su Austria natal para erigirse en esposa de Luis XVI y futura reina de la nación gala.
“Si no tienen pan, que coman pasteles”, rezaba una frase popular de la época, forjada por un pueblo hambriento (que también la denominó Madame Guillotine) y que atribuía estas palabras a los labios de una reina a quien consideraban frívola, malgastadora, nimfómana y ruin. Por ello, la Coppola dirige su mirada humana, teñida de ingenuidad, a un mito histórico tratado con poco mimo por la Historia, y cerrando, de paso, una especie de trilogía sobre muchachas que se convierten en mujeres.
Y con los ojos puestos en “Barry Lyndon”, una de sus películas preferidas, también amplia su trayectoría curtida en videoclips con la rompedora idea de incluir canciones actuales, de The Strokes, New Order o Siouxie & Banshees entre tanta encorsetada y pasada de moda melodía de la corte del Rey Luis XV y Luis XVI.
Sensibilidad Sofia.
La lástima es que profundidad, modernez y pasión, en manos de Sofia, se limiten a un fastuoso catálogo de vestidos y zapatillas del siglo XVIII, de fiestas y dulces. A contemplar una Kirsten Dunst paseándose por Versalles más perdida que Scarlett Johansson en Tokio, y a dotar, o más bien, quitar del guión y personajes la más minima relevancia, cubriendo el vacío por un esteticismo de postal.
“Lost in Versalles”, digo, “María Antonieta”, es una propuesta ociosa que no entretiene, un ejercicio de memoria histórica escasamente memorable y una visión de unos seres humanos relegados a meras comparsas por su escasa entidad física o psicológica.
Pero confirma el principal talento de Sofia Coppola: que es una directora de detalles, atenta a miradas y gestos. En “Lost in Versalles”, la mayoría son banales, pero alguno hay de excelente como la ocurrencia de María Antonieta de aplaudir sin haber terminado una ópera, saltándose así una vida llena de engorrosos protocolos y ceremonias (y que le valdrá la primera mirada de admiración y ¿lujuría? de su impotente marido).
O el gesto desde el versallesco balcón real al hacer una reverencia a su revolucionado pueblo, signo de la madurez de un personaje que, a sus 30 años, acaba de darse de bruces con la realidad.
La virtud de Sofia es la sensibilidad, pero si su intención era hacernos ver que María Antonieta no era tan superficial, ¡menudo batacazo!.