El intercambio
Tres historias al precio de una. Primera, la de una madre soltera, Christine Collins, cuyo hijo ha sido secuestrado y que debe soportar la ineptitud, incompetencia y corruptela del sistema policial en la ciudad de Los Angeles de 1928. Segunda, unos episodios con carácter propio que tienen lugar en un manicomio, con la misma protagonista y el mismo telón de fondo de ineficacia y envilecimiento. Y, tercera, una investigación que, ésta sí, irá desvelando poco a poco hechos de los más macabros de la trama (y que conviene no revelar si el potencial espectador prefiere mantenerse las posibles sorpresas e intrigas).
Muy posiblemente, en manos de otro director menos curtido que Clint Eastwood, las tres piezas que componen El Intercambio parecerían sacadas de películas distintas, y el ritmo sería más irregular de lo deseado. Pero aquí están engarzadas con mano maestra por obra y gracia de un Eastwood que además se decanta por iluminar su filme con una fotografía tan colorista como elegante, alejada de la austeridad de ltítulos igualmente estupendos como, por ejemplo, Million Dollar Baby o Mystic River. Clint no se acomoda a lo fácil, a lo que ya le ha funcionado. También se permite romper la contención característica en sus personajes para dar rienda suelta a momentos interpretativos más dramáticos (como varios de los que protagoniza Angelina Jolie), o efectistas.
Excesos nuevamente realizados con maestría, incluso los interpretativos de Angelina Jolie, cuyo principal handicap, en una de esas interpretaciones que apelan al Oscar, es precisamente el mismo que una de las mejores interpretaciones de Meryl Streep, también en un filme de Eastwood, Los puentes de Madison. Y es que resulta demasiado perfecta en su personaje. O por decirlo de alguna manera, precisamente Jolie no da el pego como una vecina de al lado cualquiera sino que, pese a los esfuerzos para que parezca una chica humilde, incluso del montón, destila toneladas de glamour. Tampoco importa. El intercambio significa una recuperación del mejor cine clásico, entre el noir y el drama desatado, made in Hollywood.
Una crónica negra basada en un hecho real que transmite perfectamente esa sensación de territorio salvaje aún en muchas ciudades supuestamente civilizadas de la Norteamérica de los años veinte. En este caso un sistema policial y político totalmente desinteresado en términos como Verdad o Justicia para abrazar el lado más oscuro del sueño americano, el de sumar cuanto más poder y dólares mejor. Y un contexto varonil donde la mujer era todavía considerada como una ciudadana de segunda categoría, meras piezas que pueden retirarse de la circulación si resultan incordiantes o molestas para los jefecillos de turno y sus planes.
Su metraje, de dos horas y cuarto, casi llega a resultar desmesurado, sobre todo hacia su tramo final, pero un pequeño giro o esa puesta en escena magistral en alguna de sus secuencias rapidamente vuelve a captar nuestra atención. El principal punto en contra de El intercambio es el tratamiento nada disimulado sobre quienes son los personajes "buenos" y "malos", sin más aristas, sin más escalas de grises. Pero ahí están, en apariciones secundarias, con menos momentos para lucirse de lo esperado y aún así brillando, John Malkovich (como un reverendo combativo en su denuncia de la corrupción en Los Angeles) o Amy Ryan (Adiós pequeña adiós) encarnando una de las internas del siniestro centro psiquiátrico, la vertiente más tétrica de Alguien voló sobre el nido del cuco.
Y Michael Kelly que como uno de los (pocos) detectives honestos y junto a uno de los muchachos de la película protagoniza dos de las secuencias más aterradoras e impresionantes de El intercambio: la de la confesión e identificación de unas fotografías bajo el techo de una comisaría, y otra al aire libre para sacar a la luz el horror sepultado hasta entonces. Sí. Clint Eastwood, a sus 78 años, sigue muy en forma y dando lecciones de cine. Al igual que la Christine Collins de El intercambio nunca pierde la esperanza… en el cine. ¡No pares! ¡Sigue rodando, Clint!.