The Fall
Si algunas películas están hechas del mismo material que los sueños, sin duda alguna The Fall: El sueño de Alexandria, el segundo largometraje del hindú Tarsem Singh (o Tarsem, como le gusta firmar artísticamente sus películas), es una de ellas.
Aunque adapte una nada conocida película búlgara de 1981, Ho ho ho, de Zako Heskija, es un cine personal al que Tarsem dedicó cuatro años rodando en más de veinte paises. Un excepcional cruce entre fantasía y realidad, tan calculado como genialmente desmedido, que mezcla además dos otros mundos opuestos como es el de los niños y los adultos.
Empezando por la voluntad de ambientar su historia en otro escenario de "factoría de los sueños" como es el Los Angeles de los años veinte, en un claro homenaje a la Meca del Cine y sus inicios. La etapa del cine mudo, que acarreará un emotivo tributo a los pioneros, a los primeros magos del cine y la fascinación que lograban crear con sus imágenes.
En el plano irreal tenemos ese cuento, "el más maravilloso que haya escuchado jamás", que en el marco de un hospital le narra un especialista de acción (Lee Pace) a una niña de cinco años (Catinca Uncaru). Aunque por parte del adulto, recuperándose de una caída de caballo en una escena de acción que le ha dejado paralizado de cintura para abajo, hay un propósito interesado en realizar su narración a la pequeña, ingresada por haberse roto el brazo, el de ganarse su confianza para que le suministre morfina con la que calmar su dolor.
Los personajes de ese relato que va inventándose el especialista se inspiran en aquellos que les rodean, enfermeras, familiares, amantes o personas conocidas. Y la trama que va cambiando a su antojo según el día y el estado de ánimo, sirve a Tarsem para trazar una fábula visualmente muy poderosa cuya texcéntrica trama parece que va a caer en cualquier momento en el ridículo.
Un bochorno que no sólo evita sino que convierte a The Fall. El sueño de Alexandria en una propuesta redonda que avanza imparable hacia un final que si no es más oscuro deben agradecérselo a la estrella de la función, esa pequeña actriz rumana llamada Catinca Uncaru, todo un descubrimiento. Catinca llegó a enamorarse de Lee Pace durante el rodaje e incluso suplicó a Tarsem que cambiara el desenlace más trágico y lúgubre de una historia a través de la que desfilan temas tan universales como el amor, la traición, la amistad, la épica, la ambición o lo ruin.
Un canto también a la imaginación que Tarsem, influenciado por su cultura hindú, (con distitnas maneras, pero que lo conecta con otro de los grandes cineastas, incomprendidos, de nuestro tiempo, M. Night Shyamalan) llena de colorido, exotismo, atracción por los decorados más sorprendentes (artificiales o naturales, localizados en lugares tan dispares como China, Egipto o la Repúblcia Checa), o el vestuario más fastuoso (su diseñadora es la japonesa Eiko Ishioka, ganadora del Oscar por Drácula de Francis Ford Coppola), en una narración en clave de cuento que llega incluso a utilizar elementos de las artes de la danza, integrando todos los recursos al servicio de la fábula y lo onírico, y sus conexiones con la realidad.
El objetivo en muchas de sus imágenes y escenas es subliminar el sentido estético, convocar el poder de fascinación visual. Una opción contemplativa que en Occidente no estamos tan acostumbrados a buscar o valorar, empeñados en demasiadas ocasiones el buscar sentido y contenido a algo que sólo en si mismo, por su belleza o horror, es capaz de erigirse en si misma como "contenido" abierto a numerosas sugerencias o interpretaciones.