Whitaker consigue aunar en su interpretación los variopintos rasgos de la personalidad del ex presidente ugandés: por momentos, ingenuo e infantil, aunque, en el fondo, un aterrador sádico.

★★★☆☆ Buena

El último rey de Escocia

¿Cuáles serán los ingredientes de esa atrayente pócima con la que algunos líderes rocían a su población sumergiéndola en un sentimiento de ciego seguidismo? ¿Quizá una mezcla de carisma, falsa empatía conciudadana y dosis de populismo a granel? Lo desconozco, aunque todos los líderes autoerigidos en salvapatrias han sabido jugar a la perfección con todos ellos.

Idi Amin, presidente ugandés entre 1971 y 1979, es retratado con estos rasgos en El último rey de Escocia, cinta dirigida por Kevin Macdonald en la que sobresale, por encima de otras de sus virtudes, la excelente interpretación del siempre espléndido Forest Whitaker. Como en otros regímenes africanos, asistimos a la ascensión del presidente entre una abrumadora aclamación popular. Allí no importa que el líder se haga con el cargo armas mediante; de hecho, es moneda común en estos países donde la palabra democracia sólo sirve de eslogan. Una vez asentados en el poder, estos personajes de nula cualificación (supuestamente, Amin era analfabeto) son vistos como la mágica solución para todos los males del país. Pero, como la ilusión es de suyo efímera, al poco tiempo comenzará a aflorar el reverso más oscuro de toda dictadura.

Además de la cara del Amin coleguilla y simpático, El último rey de Escocia muestra otra muy distinta a través de los ojos de un joven médico escocés elegido por aquél para su cuidado personal y el de su vasta prole. Y Whitaker, con la perfección característica en él, consigue aunar en su interpretación los variopintos rasgos de la personalidad del ex presidente ugandés: por momentos, ingenuo e infantil, aunque, en el fondo, un aterrador sádico que, conforme su mandato se hacía más autoritorio y menos productivo, se vio apoderado por un paranoico pavor a un atentado contra su vida. Y ya se sabe que, en cerebros de limitada capacidad neuronal, la violencia suele ser la respuesta común a toda amenaza. De forma que, al término de su sangriento mandato, los historiadores cifraron en 300.000 el número de ugandeses pasados a cuchillo por el régimen de este ex campeón de boxeo.

Aunque algunos de los elementos de su trama suenen a tópicos y no terminen de funcionar (la posible relación incestuosa entre el Dr. Nicholas –James McAvoy– y Sarah Merrit –Gillian Anderson– parece cerrada en falso), la cinta ofrece un notable retrato sobre el extraño poder de seducción que estos líderes advenidos como antídoto universal ejercen sobre la gente, sea más o menos letrada. Y de paso, con El último rey de Escocia, el cine vuelve a contribuir con su testimonio a denunciar otro de los tantos genocidios cometidos en África mientras en Occidente mirábamos para otro lado.
Lo mejor: La interpretación de Whitaker.
Lo peor: Algunos pasajes de las cinta con cierto tufillo a tópicos.
publicado por Matías Cobo el 2 abril, 2007

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