Grandes esperanzas
Que el libro de los gustos está en blanco y que la valoración de algo puede variar de manera radical según el criterio que se aplique, es algo que no voy a descubrir ahora. Lo digo porque acabo de volver a ver Grandes Esperanzas, ahora que se acercan los diez años de su rodaje. Algunos recordarán que muchos tildaron esta película de “bodrio”, “mamarracho” y cosas similares, mientras que también era calificada de “obra maestra” y “alarde de buen gusto” por otros muchos críticos. Ya se sabe que como con todas las artes, hay determinadas creaciones en las que no cabe el término medio: o se adora o se odia, sin grises.
Particularmente, recuerdo que me causó honda impresión la fuerza con la que está narrada la historia, basada en el celebérrimo relato de Dickens. A ello contribuye, en mi opinión, una buena adaptación y una magnífica interpretación tanto de Gwyneth Paltrow como, sobre todo, Ethan Hawke, con una nada desdeñable aportación de los secundarios Anne Bancroft y Hank Azaria, sin olvidarnos de las puntuales apariciones del soberbio Robert de Niro.
Quizás no sea una maravilla desde el punto de vista técnico, y el guión pudiera estar mejor estructurado; pero a pesar de todo, no puedo dejar de valorar por encima de todo ello la capacidad de transmitir sensaciones que posee, la intensidad de las mismas y el exquisito gusto con el que se trata un argumento tan duro.
A todo ello, debemos añadirle una sutil y perfectamente acoplada banda sonora, que contribuye a fortalecer las sensaciones anteriormente citadas.
Todo ello me sitúa más cerca del primer grupo de los que cité antes, los adoradores de esta película que en el fondo pasó sin pena ni gloria por los cines y que disfrutó de una suerte similar en las estanterías de los video clubes. Curiosamente, este fenómeno se repitió en toda Europa, mientras que en Sudamérica, las valoraciones fueron tremendamente positivas. Por el contrario, en Estados Unidos fue maltratada por público y crítica.
Lo dicho. Para gusto, los colores.