Gracias por fumar
‘Gracias por fumar’ (2005), opera prima de Jason Reitman (hijo de Ivan Reitman), comienza con unos títulos de crédito magníficos, una canción country que no les va a la zaga y con unos primeros 15 minutos sencillamente antológicos, a medio camino entre los arranques geniales de ‘Uno de los nuestros’ y ‘Magnolia’. “Exagerado”, diréis. No esperéis a comprobarlo en DVD, os digo. Hay más sátira y veneno en estos quince minutos que en todo el resto de la producción cinematográfica mundial de lo que va de año. Y aún hay más.Tomando como base el libro homónimo de Christopher Buckley, Jason Reitman narra la historia de Nick Naylor (arrollador Aaron Eckhart), vicepresidente de la Academia de Estudios Tabacaleros (financiada por la industria tabacalera, por supuesto) y portavoz oficial de dicha industria en Estados Unidos. Él sabe que es uno de los hombres más odiados de América (del Norte), pero no le importa, porque es el mejor en su trabajo: convencer al gran público de que los detractores del tabaco están equivocados. Naylor y sus amigos Polly y Bobby Jay (divertidos María Bello y David Koechner), colegas defensores de las industrias del alcohol y el armamento, se reúnen a menudo para presumir de quién provoca más muertes al año. Su hijo de doce años (Cameron Bright por fin haciendo de “niño normal”) parece interesado en seguir sus pasos. Su ambicioso plan de volver a llevar el tabaco al cine ha sido aprobado. La vida de Nick es perfecta, dejando a un lado la falta de valores o la amoralidad de algunas de sus acciones. Pero lo malo de ser el tipo más odiado del país es que hay mucha gente deseando que caiga…
En apenas 100 minutos, Reitman consigue una película deslumbrante en lo formal e impecable en su discurso, que no es otro que apoyar la libertad de pensamiento y elección. Ya no de los fumadores, sino de todos y cada uno de nosotros, expuestos a continuas manipulaciones mediáticas y presiones de todo signo. ‘Gracias por fumar’ satiriza y cuestiona a todos los implicados en uno de esos “grandes debates” de opinión pública, y logra que el espectador mismo comprenda la retorcida lógica del protagonista, si es que no llega a adoptarla: ninguna postura es intrínsecamente buena o mala, tan sólo se trata de que pienses y después elijas qué es lo que quieres defender, porque todo es defendible en este mundo manipulado. Discutible, por cierto, también este último extremo. Pero de eso se trata.
Y volviendo a la película: actores secundarios brillantísimos en personajes con apenas un par de secuencias (los ya nombrados amigos y socios del “escuadrón de Mercaderes de la Muerte”; la aceradísima crítica al Hollywood actual a cargo de Rob Lowe y Adam Brody; los imponentes Robert Duvall como capo del tabaco y Sam Elliot como el canceroso Hombre de Marlboro; o el hilarante William H. Macy como el tramposo senador Finistirre), planificación y fotografía elegantes, diseño de producción tan ponzoñoso como el propio texto (ese cartel del bar donde se reúnen los Mercaderes de la Muerte). Todo a grandísima altura.
Jason Reitman ha superado a su padre (de acuerdo, no era demasiado difícil) con tan sólo una comedia, revestida de fábula amoral y provocadora. Comedia del año y seria candidata al título de película del año. Un 9’5