Hollywoodland
Quiso la casualidad que esta “Hollywoodland” se estrenara en el Festival de Cine de Venecia, a la chita callando, justo después de la muy publicitada “La dalia negra”, que resultó un chasco y una decepción para la mayoría de críticos y espectadores.Sin embargo, la película de Allen Coulter fue excelentemente recibida por los Boyero y compañía, que la pusieron por las nubes, alabando su realismo, la excelencia de las interpretaciones y las bondades de un guión que en una sola película cuenta dos historias, en presente y en pasado, al estilo clásico de “Laura” o “Forajidos”, en que los muertos cobran vida gracias a la investigación de, en este caso, un detective privado.
Dos películas, por tanto, en que las historias se superponen, resultando ambas igualmente atractivas e interesantes. Por un lado, la tragicómica biografía de George Reeves, uno de esos actores de serie Z que apareció en “Lo que el viento se llevó” y que pegó un braguetazo con la mujer de un capitoste de la MGM, a través de la que consiguió el papel de “Supermán” en una popular teleserie… y nada más. Porque entre que el tipo no tenía demasiado talento y el hombre de acero encasilla un montón, pocas más oportunidades tuvo de lucir su talento.
Ben Affleck representa dignamente el papel de patético actor-gigoló con ínfulas artísticas que, en los momentos más bajos de su no-carrera cinematográfica, decidió pegarse un tiro y acabar con todo. ¿O no?
Porque su madre tiende a pensar, más bien, que su niño fue suicidado. Y es ahí cuando entra en escena el cadavérico, feo, atractivo, alcoholizado, acomplejado y complejo Louis Simo, un detective de medio pelo al que le cae en suerte el caso y que, utilizando para su causa a la prensa sensacionalista, empieza a tocar las narices de unos y otros, a diestro y siniestro… hasta quedarse solo.
Simo, impecablemente interpretado por un Adrien Brody al que le pesa el mundo, que parece llevarlo cargado a sus espaldas, es el prototipo de detective incómodo e hinchapelotas que se obsesiona con el descubrimiento de la verdad, pese a quien pese. ¿Y cuál es la verdad? ¿Suicidio? ¿Asesinato? Esa es la cuestión. O no. Porque lo realmente interesante es el Hollywood que nos cuenta su director, debutante en cine, pero veterano por cuanto a contar el reverso oscuro del sueño americano, merced a su reconocida labor como director de muchos capítulos de los Soprano, entre otras series.
“Hollywoodland” sería un perfecto ejemplo de ese bulevar de los sueños rotos en que tantas aspiraciones terminan reventándose y haciéndose polvo. Y la referencia musical no es gratuita, dado que buena parte de la atmósfera de la película está conseguida gracias a una banda sonora que reproduce fielmente cómo sonaba la California de aquella época, con sus bandas de jazz y su música melancólica, aún lejos del rock de los sesenta.
La sordidez y la tristeza de los bajos fondos y los tugurios, la pesadumbre del detective y la desolación del actor de medio pelo son resaltadas por medio de una banda sonora en clave de jazz, con mucho metal de viento en que las trompetas lucen especialmente, acordes de piano y hasta un arpa susurrante.
Todo ello contrasta con el jazz alegre y festivo que tocaban las grandes bandas en las lujosas fiestas hollywoodienses en que se daba cita lo más granado de la meca del cine. Un contrapunto musical que viene a poner de manifiesto las pocas luces y las mucho más numerosas sombras en que miles de personas vivieron el sueño de Hollywood.