La vida de los otros
Tomemos por ejemplo El padrino. Cualquier director de medio pelo a cargo de esa historia hubiera condenado a los Corelone, para que los espectadores aprendiéramos a ser niños buenos, o para que no le relacionáramos a él, al director con la mafia. Coppola se atreve con el morlaco, se identifica con el mafioso hasta el final. Por eso es uno de los grandes. No porque elija bonitos acordes en la banda sonora o porque coloque la cámara en un lugar más chuli que los demás. No sirve de nada seguir pasando revista a la ficha técnica del Padrino colgando elogios, no vamos a encontrar la explicación que la hace tan tremenda.Ese paso que da Coppola es el que no da el cine alemán. Hirschbiegel hace una película acerca de Hitler con el único fin de no comprender a Hitler, Henckel von Donnersmarck analiza una trama de la stasi con la única intención de que no entendamos lo que sentía un agente de la stasi.
Un experto en espionaje de la Alemania Oriental recibe el encargo de vigilar a un autor de teatro y a su amante. Después de pinchar toda la casa el espía descubre que en el fondo son dos víctimas del sistema y que el propio ministro abusa de su poder para conseguir los favores de la mujer. A partir de ese momento cambia de actitud y colabora con ellos.
El problema es que a partir de ese momento el personaje deja de tener sentido. El personaje se enfrenta contra todo el régimen que lo mantiene y contra el propio trabajo que hace, lo cual suena muy bien para un espectador de hoy, pero no nos dice nada de lo que ocurrió en la Alemania de entonces. Si el público fuera católico, el director hubiera llenado al protagonista de crucifijos. Es un modo rápido de ganarse a la audiencia. Pero falta la audacia que sobraba en El padrino. Yo sé de sobra que la Stasi violó la intimidad de los alemanes, y sé que las vendettas de la mafia son perversas. Pero no quiero un director que entre a juzgarlas con su catecismo de valores. Quiero un director que me adentre en esos infiernos sin censuras mojigatas.
Me gustó la ambientación, esa Alemania Oriental tristísima con papeles pintados y sofás raídos. El comienzo es sublime. El protagonista explica sus métodos a una clase que escucha un ejemplo de como se hace un interrogatorio y se queda electrizada, igual que el público.