La vida de los otros
Dentro de mis ideales, considero que alcanzar la perfección es imposible. Florian Henckel von Donnersmark no lo consigue con La vida de los otros, pero sí alcanza un nivel de pulidez absoluta, de sentimientos contenidos y de belleza excepcional que, sin duda, merece un Oscar bien merecido. Alemania siempre ha sido un país donde el cine que se realiza es más bien polémico. Hay pequeñas maravillas del cine, más o menos comercial, como son Good bye Lenin!, pero creo que si hubiera de destacar un país europeo con el nivel más alto, cinematográficamente hablando, acabaría optando por Francia o Inglaterra. Pero con esta poderosa y sensacional película, no hago más que pensar que el cine de este país comienza a gustarme más. Es verdad, también, que muchas de las películas más famosas alemanas han tendido a decantarse a temas políticos (no digo que La vida de los otros lo haga, pues lo del espionaje aquí es un telón de fondo puro y duro), la mayoría de ellos situados en la caída del muro de Berlín o la época del nazismo (he aquí la, considerablemente reciente El hundimiento). Aún y así, reconozco que no he visto las suficientes películas pertenecientes a Alemania como para comparar ni juzgar si son mejores que las de otros países.No me creo, o más bien, no coincido con esos que llaman cine en estado puro a, por ejemplo, El señor de los anillos. Lo será visualmente hablando, pero creo que para llegar a la cumbre del mejor cine tienes que explorar muchos más aspectos. El film de Donnersmark, por ponero otro ejemplo, sí alcanzaría este totalismo. Y es que es realmente difícil hablar de La vida de los otros centrándose en un solo punto. Lo bueno de esta película es que todo está perfectamente realizado, todo es absolutamente deslumbrante. Y esto es lo que tienen las obras maestras. Yo, al contrario que algunos, que piensan que este es un film sobrevalorado (muy pocos, eso también es verdad), opino que este poderoso ejercicio mental, esta metáfora sobre las decisiones humanas y la distinción entre lo bueno y lo malo, es, sinceramente, magistral. Además, no sólo está dirigida por este, hasta ahora desconocido, Florian Henckel von Donnersmark, sino que también escrita. Quizás no coincidiis conmigo, pero es que el cine de autor siempre es mucho más creativo, más profundo y, sobretodo, más personal. Sí, habrá directores que no escriban sus guiones y sean auténticos maestros, pero yo al menos veo que se les diferencia de los que son autores. El cine de autor es más arriesgado, quizás más sencillo y menos espectacular y, finalmente, me he dado cuenta que muchas veces es el mejor, cosa que antes no tenía tan clara. Pero tampoco voy a ser infantil. Reconozco que hay infindad de cineastas que dirigen y no escriben sus películas que son, sin duda, de desbordante creatividad (no voy a poner ejemplos, hay demasiados). Lo que está claro, y dejo de desviarme, es que La vida de los otros pertenece a este tipo de cine, arriesgado, difícil, conciso, milimetrado, de aparente sencillez y muy, muy profundo. Y es que uno de estos puntos fuertes (que son todos, más bien) de los que hablaba sobre el film es Florian Henckel von Donnersmark, creador de una atmósfera inquietante, atrapadora, realista y conjuntamente formidable.
La vida de los otros es una película necesaria, una especie de La vida secreta de las palabras sin la esperanza como tema principal, una relación entre dos personas, aunque aquí sea sin contacto físico, entre dos mundos, aunque aquí, uno de ellos vacío y otro no tanto. Es esa envidia, ese temor a la soledad y ese miedo a perder a lo más querido, más que la esperanza. Y no sólo necesaria, es también muy inteligente. Un film como este tiene que estar dirigido con conciencia y conocimiento, no sólo respecto a la política, también sobre los sentimientos humanos de más profundidad. Aquí se presencia esa sensación de estar viviendo lo que ocurre en la pantalla, son esas dos terribles y atrapadoras historias las que te mantienen en tensión durante estos 135 minutos, y no las tramas políticas (que son bien sencillas de comprender). La conexión entre vidas paralelas, detrás de ese, ya antiguo, telón de fondo que son, en este caso, estas intrigas políticas, sí es difícil de comprender del todo, y no es que la película presente una estructura a lo Arriaga, sino que mantiene la firme composición clásica de planteamiento, nudo y desenlace, pero es esa complejidad de las personalidades de cada uno y sus intenciones las que hacen que La vida de los otros resulte un film tan extremadamente profundo. Como comentaba antes, lo que aquí predomina son las emociones contendias. Uno a veces no sabe si lo que está ocurriendo es lo deseado por el/los protagonistas. Es esa contención, que no menos soberbia, la que te hace adentrarte a ese perverso mundo interior del protagonista y a la vida privada de la pareja de artistas, espiada a la vez por el espía profesional y por nosotros.
Podría considerarse el final de esta película como maestro. Pertenece a ese tipo de finales que son absolutamente redondos, sin ser grandilocuentes, sobretodo. Esos en los que tienes que pararte a pensar en un instante, no debido a la rapidez con que avanza el asunto, sino con la extrema dificultad a la que se ven sometidos los personajes. No desvelaré ningún detalle acerca de lo que ocurre, pero os aseguro que os quedaréis boquiabiertos, sobretodo con ese nulo contacto físico y esas emociones tan contenidas y a la vez expresivas, ese descubrimiento de los terribles hechos sucedidos. Y atentos, sobretodo, a la situación y frase final, una pequeña joya que redondea esta obra maestra.
También considerar brutales las entregadísimas interpretaciones de todo el reparto. Sería injusto no empezar por Ulrich Mühe, el protagonista y espía de la obra. Su actuación es indescriptible, o más bien, tan soberbia que parece que sea real. Sin duda, es un personaje terrorífico, sin a penas vida propia que consigue despertar sus sentimientos vigilando la vida de los demás. Y no sólo nos lo demuestra con la estética de su piso, también con las expresiones más escalofriantes que muestra al escuchar las escenas íntimas de la pareja o con el ya mencionado final. No es sólo el personaje central de la película, ese que hace referencia la bondad y la aparente ingenuidad, sino que también ejerce la entregación más difícil, pues con a penas pocas palabras transmite lo que ha de transmitir, y eso se merece, sin duda, un largo aplauso. Aunque no dejaré de mencionar las también estupendas interpretaciones de Sebastian Koch y Martina Gedeck, dos personajes totalmente diferentes, que sin embargo, se unen por la complejidad de los sentimientos y el dolor. Simulan esa aparente pareja perfecta, bohemia y donde todo va bien y que en realidad, ambos necesitan ayuda ajena. Él lo que realmente necesita es apoyo y no desea, de ninguna manera la soledad. Ella, en cambio, quiere acabar con su aterradora (al menos para ella) vida, quiere, de una vez por todas, dejar de sentir esa presión en su interior (también presente, de alguna manera, en él) y no quiere más mentiras, pero tampoco mentir. Sin duda, este trío de personajes, a cual más complejo, es el que desarrolla de manera perfecta la historia, pues sin ellos no sería nada. Y es que como he dicho, esta es una película donde todo destaca y cada aspecto necesita el soporte de los otros, puesto que todos ellos son a cual más brillantes.
Una película inolvidable en todos sus sentidos, emocionante y a la vez contenida. Sensible y atrapadora, aterradora y humana, contenida y nada grandilocuente. Su final, absolutamente magistral y emotivo (no sensiblero), nos hace recordar que eso es una absoluta obra maestra del cine moderno. Ojalá todas las películas que pretenden explorar la sensibilidad humana fueran como ésta. Y es que no sólo la explora, sino que también nos la transmite. Una obra maestra.
Lo mejor: Sus emociones contenidas y un inmenso Ulrich Mühe.
Lo peor: Que pueda parecer la típica película de espías.