El discurso de todos los superhéroes es un discurso conservador, son justicieros de derechas, o bien, justicieros republicanos. Ellos “saben” que el país está bien y que los políticos toman las decisiones correctas.

★★★☆☆ Buena

Iron Man

Tengo un amigo cuyo gusto cinematográfico me escama desde hace tiempo. Me recomienda (casi diría “me obliga a ver”) películas cuya moraleja, curiosamente, siempre coincide con las suyas. No es que yo desdeñe los discursos de las películas. Tampoco desdeño los esfuerzos de los maquilladores. Pero procuro no dejar que esos discursos sean lo único que quede de una película. El discurso de todos los superhéroes es un discurso conservador, son justicieros de derechas, o bien, justicieros republicanos. Ellos “saben” que el país está bien y que los políticos toman las decisiones correctas. Ellos no quieren cambiar el mundo, quieren acabar con las astillas molestas: delincuentes, países insurgentes, milicias armadas que quieren estropear la paz en la que viviríamos si todos fueramos tan chicos buenos, abnegados, repeinados y lindos como son ellos. Si los superhéroes pudieran hacerlo, ellos acabarían con Neo.

Stark sufre un cautiverio en una cueva, probablemente talibán. Durante su calvario no piensa en qué puede haber generado esa guerrilla, ese odio a los Estados Unidos que hay en Oriente Medio. Su preocupación es cómo vencer a los enemigos. La solución del conflicto es un arma, una escafandra.

El mal se esconde en una cueva afgana, el bien consiste en un play-boy americano que fabrica armas. Semejante desmelene narcisista hubiera sido digerible por un espectador de los años treinta, como el de Tarzán, pero en el siglo XXI, necesitamos cierta dosis de cordura antirracista. El mal también está dentro de la sociedad americana. Está en casa, y no vale colgárselo a una tribu extranjera porque no nos guste su indumentaria.

La estructura de la narración tiene un cambio curioso. Stark consigue su traje a la mitad de la cinta, cuando lo canónico es que lo haga en el primer acto (20 minutos iniciales). Consume una hora en narrar sus penalidades y otra en luchar contra el enemigo. Y es una buena distribución. Quizá, igual que el discurso, está calculada para adultos convencibles más que para niños soñadores.
publicado por Jose Contreras el 15 mayo, 2008

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