Satanás
De vez en cuando surge una película maravillosa que habla de la desesperación y de la derrota en la vida. Así asombró y aturdió a partes iguales Aflicción, la obra maestra de Paul Schrader (guionista de Taxi driver)
Satanás cuenta tres historias de personajes anónimos que conviven con la desesperación: un cura que se siente contra la espada y la pared por la estúpida rigidez del sacerdocio, una hermosa mujer vagabunda a la que ofrecen una salida ruinosa y un profesor de inglés que se hace mayor en compañía de su vieja madre.
Personajes verdaderos como los de Profundo carmesí de Arturo Ripstein, personajes miserables tan creíbles como cualquiera de nosotros. Por eso ese clímax tan escandaloso adquiere sentido y no se puede rechazar, porque es la consecuencia lógica a tanto desatino.
Satanás no es tanto el protagonista, capaz de cometer al final de su vida actos abominables, sino más bien el demonio invisible que pone la zancadilla para que todo salga mal y sienta la frustración de una vida tan desgraciada como para tirarla a la basura.
La magia de Andi Baiz, el guionista y director de esta gran película, es conseguir que entendamos al monstruo, a los monstruos que deambulan –deambulamos – por el mundo sin más alternativas que la locura definitiva que entierre el odio y les glorifique aunque sea de la manera más repugnante.
El único pero de Satanás es el cruce de historias final que redime a dos de los tres protagonistas. El cura se cree ganador cuando deja de ser cura y por fin consigue a su chica, pero lo verdaderamente malvado es que ella parece decepcionada con el cambio… Qué mejor final que sentirse victorioso cuando se vislumbra que ese triunfo sólo es un espejismo provocado por el propio Diablo, que sabiendo como sabe más por viejo que por diablo, espera y sonríe.