Avatar
CUANDO LOS ÁRBOLES NO DEJAN VER EL BOSQUE
Groucho Marx, maestro de la ironía y del sarcasmo, dijo una vez “¿quién necesita a un guionista? Dadme un director competente y un par de actores inteligentes y en ocho semanas os mostraré a los tres tipos más nerviosos que hayáis visto”
James Cameron es un director competente, un grandísimo director capaz de dejar para la historia del cine películas imprescindibles y geniales como Terminator (1984), Aliens, el regreso (1986), Terminator 2 (1991) o Titanic (1997)
También Sam Worthington, Giovanni Ribisi o Sigourney Weaver son actores inteligentes que saben elegir sus proyectos y suelen dejar huella de su talento.
Pero en Avatar se necesita un guionista… ésa es una vez más la terrible desgracia que mata el cine: sin guión no hay película; y Avatar la película más esperada en años, la película que abre un nuevo concepto de cine, no es una película sino un cúmulo espléndido de fuegos artificiales en 3D. Maldita sea.
Se equivoca James Cameron incluso en lo más primordial. Si pretende hacer una película revolucionaria en 3D en ésta más que en ninguna otra los personajes han de crear empatía para que el espectador pueda sentirse parte integrante de las tres dimensiones que se le ofrece. Pero todos los personajes de Avatar, absolutamente todos, son planos y sin contradicciones, irreales y simples, no son personajes de carne y hueso ni tienen una vida tras ellos – backstory – que les marque su forma de actuar; son hombres y avatares de cartón piedra, imposibles de creer, improbables de alcanzar el corazón – mucho menos el alma – porque nadie en el mundo puede identificarse con ellos.
Por esta razón la historia de amor – Avatar lo es por encima de todo – fracasa. ¿Por qué se enamoran Jake Sully y Neytiri? Por puro arte de magia. En las películas épicas importan los detalles que llevan al amor. Entendemos y vibramos cuando en Braveheart William Wallace y Catherine McCormack se enamoran, Wallace demuestra su astucia y sabe ganarse a la chica… y al espectador. ¿Pero qué ve Neytiri en Jake Sully? Ni un solo momento de la película busca que surja esa química.
Por esta razón también dan grima los soldados por un lado – con ese general “malísimo” a la cabeza – y los indígenas por el otro, con su bondad extrema y vomitiva estupidez. Por eso en el fondo, si se pretende ser sincero con uno mismo, se disfruta su exterminio, aunque suene tremendo decirlo. Tanto protagonistas como antagonistas deben ser personajes fascinantes y no simples buenos y malos que aburren y estafan a partes iguales al espectador. Lo mismo vale para los personajes secundarios, aquí meras marionetas sin voluntad ni encanto que acompañan al héroe con más pena que gloria.
Una vez pasa el efecto hipnótico de las 3D la película se queda en cueros y comienza el aburrimiento. No hay nada que hacer, sin cimientos sólidos la casa se derrumba con facilidad.
El clímax da fe de ello. No existe un crescendo pleno de obstáculos que guíe al héroe en su viaje y el asalto definitivo se queda sin fuerzas y lleno de decisiones estúpidas que hacen aborrecer más si cabe a los protagonistas. ¿Qué debe pensar el espectador de unos héroes memos que atacan al invasor – flechas contra fusiles y misiles – cara a cara? ¿Qué haría en su caso el espectador? ¿Ir como los nativos a una muerte segura al toque de corneta o buscar una guerra de guerrillas sobre un terreno que conocen como hicieron los vietcong con los estadounidenses?
Cameron fuerza con esas decisiones de guión que terminan en masacre de los bondadosos indígenas dos sensaciones en el espectador:
1) la buscada, una falsa emoción creada artificialmente para engañar al público y que se apiade de los masacrados, los convierta en mártires y llegue a emocionar su valor; pero esta sensación perseguida se diluye como un azucarillo y consigue el efecto contrario;
2) la realmente obtenida, que es doble: un rechazo al poco ingenio de los protagonistas, nada edificante – los héroes han de ser espejos donde mirarse, no víctimas de su propia necedad y estupidez –; y un sentimiento de profunda estafa contra la película por insultar la inteligencia del espectador. De nuevo habría que acudir a Braveheart para entender lo que es aventura y lo que es épico y cómo se ha de luchar no sólo con el corazón sino sobretodo con la cabeza cuando se está en inferioridad.
Pero la torpeza del guión no afecta únicamente a la estructura de las tramas ni a sus personajes autómatas bobalicones sino que afecta también a algo en lo que hasta el momento Cameron se había postulado como insuperable, las escenas de acción.
Al no existir empatía ninguna entre público y personajes, ni haber un crescendo dramático notable es imposible que surja la emoción ni la adrenalina en las escenas de acción – sólo hay que recordar en Aliens, el regreso el inolvidable y angustioso ataque invisible de los aliens por los tubos de respiración que helaba la sangre y aceleraba el pulso al borde del infarto o la ira arrebatadora de la sargento Ripley cuando los aliens raptaban a la niña y la heroína se adentraba en la cueva para rescatarla, o la pelea final a muerte de las dos madres enfurecidas – la humana convertida en monstruo y la monstruo convertida en humana – que quieren salvar a sus hijos y que mantiene al espectador con el corazón en un puño al borde del éxtasis -.
Pero además al estar generadas al cien por cien por el ordenador se pierde la sensación de autenticidad inimitable y de credulidad que tenían las escenas de acción de Terminator y Terminator 2 – la persecución en moto de John Connor era en sí misma una brutal obra de arte que permanecerá para siempre -.
Hay tanto malo en Avatar que su mensaje ecológico y de conspiración del humano contra la maldad humana queda minimizado. Wall-e que tenía también un mensaje anticapitalista y ecológico sí es una verdadera obra maestra que trabaja a destajo su guión y personajes, y sí consigue llegar al alma.
Avatar es una película que encaja perfectamente con la idea de globalización: esperada en todo el mundo, espectáculo pirotécnico que entusiasma, adocena y controla a las masas; pero que no aporta nada personal, único, intransferible, genuino ni original. Es un refrito de películas ya vistas, una descarada copia mala de Pocahontas sin canciones que resulta herético comparar con Bailando con lobos – donde sí había historia y personajes creíbles maravillosos -. Cuando se apaguen los fuegos artificiales del 3D, Avatar quedará vacía y miserable.
Fuegos de artificio carísimos, árboles gigantes que no dejan ver el bosque… porque en Avatar, no hay ningún bosque que ver.