Sobrecogedor manifiesto romántico entre la ficción científica y el melodrama romántico. Se pierde porque es muy ambiciosa y gana nuestros corazones porque es muy ambiciosa.

★★★☆☆ Buena

La fuente de la vida

A pesar de contener algunas de las más brillantes escenas que últimamente yo haya visto en una sala de cine, La fuente de la vida es un aparatoso batiburrillo de metafísica, melodrama y ciencia-ficción, pudiendo, en el empeño de agradar en las tres, no contentar del todo en ninguna.

La historia de amor entre Izzy y Tom ( espléndidos Rachel Weisz y Hugh Jackman ) es un magistral retrato del amor por encima de la muerte, más allá de la adversidad y por encima del tiempo. Conquistador, científico y astronauta se conjuran para alcanzar la fuente de la vida, el árbol precolombino, telúrico y trascendental. Los excesos visuales que escoltan la fantasía de Aranofsky se excusan: no es posible ser tan ambicioso y no caer en el ridículo. Y la película tiene momentos ruborosos, estampas demasiado naïf que rebajan la admirable precisión de un montaje y la arriesgadísima propuesta narrativa: tres tiempos, tres argumentos, tres miradas hacia un solo punto: la danza de la muerte y el arrebatador impulso de la vida.

La muerte es una enfermedad, dice Tom / Hugh Jackman cuando ve morir a su amada. La muerte es un acto de creación, dice Izzy / Rachel Weisz en otro aparte del film. Sobre estas dos ideas fluye La fuente de la vida, película a la que se agradece su no excesiva metraje ( hora y media ) y su firmeza en la reconstrucción plástica de una obsesión. Aronofsky ha estado ocho años tras este proyecto. Nosotros, aun exigente, no podemos retirarle el punto de ingenio y de talento, la vocación rupturista, la megalomanía edificada para que el espectador asista a una función distinta, donde prima la fragilidad de unos sentimientos, la desmedida historia de amor romántica que se constituye fundamento último del film, porque esta fuente de la vida es ante todo una historia de amor trágico, un monumento plásticamente irreprochable de pasión por encima del tiempo y del espacio.

Como el cine es una fábrica de sueños, la cinta en sí, una vez acabada y encendidas las luces, se transforma en un sueño. Recorre uno el pasillo iluminado, ametrallado de chiquillos que vociferan los puntos que vomitan los marcianos muertos, encapsulado, embebecido, atribulado, sencillamente sobrecogido. No importa que la película sea una buena película: no es, en absoluto, una obra maestra. No importa que, razonada, repensada en frío, como le gusta a este escribiente pasional, se adviertan fracturas evitables, rotos que pudieran haber sido enmendados con costuras menos majestuosas. Porque si de algo peca este capricho, es de majestuosidad. Yo, de vuelta a casa, pienso el árbol de la vida, en los mayas, en el espacio interestelar y en un laboratorio oscuro en donde tres exégetas de la fe han sido reconvertidos en científicos. Será eso: la película es un oratorio, una pieza sinfónica sobre el amor y su fuga, sobre la muerte y los desvelos del alma humana por entenderla o por negarla. Nada de eso es factible. Al final, como en el film, asentimos, nos dejamos crucificar por el viento.
Lo mejor: La música, repetitiva, obsesiva, compulsiva, como el propio film. Hugh Jackman, como Lobezno ya crecido, y una estupenda Rachel Weisz.
Lo peor: Que se embarulla en exceso por querer abarcar demasiado. Mi abuela lo decía : quien mucho aprieta, poco abarca. De todas formas, no es posible ser severo con este film. Aun admitiendo sus fallos, su traca de sentimientos universales bien filmada y mejor montada.
publicado por Emilio Calvo de Mora el 21 mayo, 2007

Enviar comentario

muchocine 2005-2019 es una comunidad cinéfila perpetrada por Victor Trujillo y una larga lista de colaboradores y amantes del cine.