Rocky Balboa
Directa y sencillota como un puñetazo en la mandíbula, “Rocky Balboa” supone el regreso a las pantallas del sin par Sylvester Stallone. Indiscutible star en los 80, vagabundo sin dirección en los 90 y misteriosa incógnita en la actualidad, el “potro italiano” nos lega con este filme su testamento cinematográfico. Y es que la sexta entrega de Rocky bien podría ser entendida, no sólo como el final de una saga, sino también como la despedida del venerable actor de la voz gangosa. No por otra cosa la peli está cargada de nostalgia. Nostalgia por un tiempo que jamás volverá, donde la taquilla siempre respondía y el mundo entero coreaba su nombre; Nostalgia por un rostro que aún no había evidenciado los estragos del botox y el bisturí. Nostalgia, en fin, por esos músculos que fueron traicionándole con el paso del tiempo, hasta convertirse en los lamentables colgajos que ahora contemplamos.Como el viejo Balboa a los clientes de su restaurante, Stallone se pone cansino en esa primera hora repleta de diálogos crepusculares, lugares comunes y ñoñería barata, pero es un peaje que hay que abonar para que los sentimientos se desborden en su emocionante segunda mitad. Y es que es sonar el “Gonna fly now” y llenársete los ojos de lágrimas, leñe. Que los clichés abundan, pues sí. Que algunos secundarios dan lástima, pues también. Que todo desprende cierto tufillo a telefilme ochentero, por supuesto. Pero Stallone queda muy digno como protagonista y muy inteligente como director. Recupera ese viejo cine para todas las edades, trufado de buenos consejos y mejores sentimientos, y consigue el aplauso del público en ese imposible combate final donde, por no faltar, no faltan ni los logos del PayPerView y la HBO. Todo el guión es demencial, ya lo sabemos, pero la peli insospechadamente funciona y es de tan fácil digestión que nadie sale enfadado. Niños, creed en las hadas y no fuméis crack, os lo dice vuestro querido tío Rocky.
Lo mejor: Que se gana tu corazón con sus infantiloides mensajes.
Lo peor: Esa primera media hora que parece durar siglos.