Simbólica, limpia, llena de sugerencias, aunque convencional en su extremo, Up in the air es un más que entretenido film en el que brilla un Clooney en estado de continua gracia

★★★☆☆ Buena

Up in the air

Ryan Bingham es un terminator, un enterrador, un yuppie al que le fascina su trabajo. Su indumentaria es un traje de Cary Grant y su instrumental quirúrgico es un desparpajo verbal que va limando con los años y que le acredita como el número uno de su oficio. Son malas tiempos para el trabajo estable y el suyo consiste en formalizar el despido de los otros. Lo hace con desparpajo, feliz de haber fundado un mundo perfecto en el que carecer de hogar y consumir millas de avión es un atractivo que le gratifica al punto de no establecer ningún vínculo durable con la realidad. Su no-mundo está construído bajo unas mínimas consideraciones morales. El otro mundo no le interesa. Practica un modelo de supervivencia emocional en el que las personas son la estadística que engrosa su credencial laboral. Bingham vende mentiras con un impecable envoltorio sintáctico: viene a ser el escritor de libros de auto-ayuda al que de pronto nos encontramos al otro de la mesa y nos comunica que la vida va a darnos un revés y que el amor propio o el aura mística que todos llevamos dentro nos va a elevar en vuelo hacia nuevos horizontes. Bingham hace todo eso y también se dedica, en los intermedios entre aeropuertos, a dar conferencias sobre existencialismo en los albores del este conflictivo siglo XXI. Dos circunstancias peligran este secreto idilio con su placentera vida: la compañera de trabajo recién llegada que abarata costes a la empresa con nuevos métodos de despido (videoconferencia, adiós vuelos, adiós hoteles, adiós dry martinis en los bares del mundo) y la novia eventual que le arrima a la vida de verdad y le hace reconsiderar los beneficios del afecto y de la vulgar vida doméstica del ciudadano que siempre ve desde arriba, como un punto insignificante, como una estadística.
Jason Reitman hace una estimulante disección de la jungla de los negocios, la limpia de puyazos excesivamente retorcidos, la despoja de retórica y la filma como si se tratase de un documental de la National Geographic en la que un león acecha a una gacela, la aborda y la desmembra en tres bocados certeros. El problema es la soledad del león, su vacío íntimo, esa ausencia de valores que lo convierten en un cazador depravado pero carente de interés en la naturaleza misma de la caza ni convencido de la necesidad de su ejercicio. Aquí es donde Reitman gana la partida a los escépticos con un impecable George Clooney. Jamás un hijo de puta ha exhibido modales más exquisitos. Es eficiente porque no es de este mundo, es letal porque no considera en ningún momento la biografía del ajusticiado: se limita a exponer el cese, a componer un recitado convincente de las causas y de los efectos de la crisis. Todo esta recia armadura que lo protege contra la realidad se desmorona y asistimos, en la más insufrible parte del metraje, en los minutos palomiteros, al declive de la bestia, a su ingreso en el universo de los que sufren (su hermana a punto de casarse, el cuñado que le aboca a descubrir lo falso que es su chasis, lo hueco que está por dentro). Es aquí en donde el vigor narrativo mengüa y donde el desenlace se intoxica de esos happy endings que las majors (a pesar de ser Reitman el padre de aquella falsa película indie llamada Juno) piden a gritos cada vez que un actor como Clooney se pone en faena y ocupa los trailers con su bien ganada condición de estrella.
Up in the air flaquea cuando se hace convencional: gana en su puesta en escena, en la lentitud de su argumento, en todos esos diálogos maravillosos que nos hacen creer que estamos ante una grandísima película que más tarde no es.
Lo mejor: El guión hasta que deja de ser provocador y pasa a ser convencional. Ah, y Clooney.
Lo peor: El guión desde que empieza a ser convencional
publicado por Emilio Calvo de Mora el 1 febrero, 2010

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