Un lugar donde cientos de personas continuan retenidas y muchas de ellas completamente inocentes y todo para ver si suena la flauta con algunos de ellos y a base de un sin fin de humillaciones y torturas son capaces de obtener información.
La intención de Michael Winterbottom y Mat Whitecross (sus directores) es elocuaz y evidente desde un inicio, llegando al propósito en cuestión, no es la primera película en la que se nos muestra un hecho, con la intención de denunciar lo que está ocurriendo.
La cinta tiene un valor incuestionable, quizás más por la historia real y atroz que por méritos externos a la realidad, así todo un mérito haberla sacado a la luz.
Aprendemos un poco más de lo que igual ya sabíamos, un gobierno liderado por un Bush (el más asesino de todos) enfermizo, capaz de llegar a cualquier cosa, asesinando a seres que nada tienen que ver en este asqueroso pastel con el fin de subsacar información de todas las formas posibles. Una base norteamericana que nunca debió existir y que ahora el nuevo gobierno se plantea desaparecer.
No nos detengamos exclusivamente a estos prisioneros que muy pobres ellos eran totalmente inocentes, centrémonos también en los culpables; que tipo de gobierno es ese, donde tú repartes con la misma moneda, incluso de forma mucho más espeluznante: palizas, torturas físicas y psíquicas, perros depredadores… y un largo etcétera. No amigos, todos sabemos que no es la manera de acabar con los malos, ¿Qué tipo de democracia es esa?.
La cinta presenta los testimonios reales de los protagonistas, unos desgraciados jóvenes que les esperaba una sorpresa, la peor sorpresa de sus vidas, la que los cambió para siempre, arrebatándoles la felicidad, que es lo mínimo que el ser humano intenta buscar durante su corta estancia en este mundo tan injusto y desgarrador para algunos y tan maravilloso para otros, una vida dulce y alegre que ya nadie les podrá devolver.
Lo mejor: Desgraciadamente, la pura realidad de los hechos
Lo peor: De nuevo, la pura realidad que se cuenta