Camino a Guantánamo
En el pasado Festival de Berlín, su estreno causó sensación ya que los directores de la película, Michael Winterbottom y Mat Whitecross, fueron acompañados por los protagonistas reales del filme: tres británicos de origen asiático que, por estar en el lugar menos oportuno y en el momento menos indicado, fueron detenidos como jihadistas protalibanes en Afganistán y trasladados a esa especie de lugar en ninguna parte que es Guantánamo, una de las aberraciones jurídicas y humanitarias por las que este comienzo de siglo XXI quedará marcado en la historia de la infamia y la ignominia.La película ha sido presentada como documental, pero no lo es. Ni pretende serlo. A los rostros y las voces de los protagonistas reales se superponen los actores que les representan en una precisa y espectacular recreación de su odisea: en 2001, invitados a una boda en Pakistán, tres jóvenes e inconscientes veinteañeros, pensando que las amenazas de EE.UU. de atacar Afganistán no iban a materializarse, deciden viajar a dicho país a echar un vistazo. Se ven metidos en plena invasión, detenidos en territorio Talibán y tomados por seguidores de Bin Laden.
Alternando los testimonios en primera persona de los protagonistas reales de la historia con su reconstrucción dramática, rodada en Irán, la película es visualmente muy potente, con esas imágenes que asemejan el vídeo aficionado de un turista que viaja por tierras exóticas y fascinantes, fronterizas y en tensión permanente. Después, la recreación de los campos de detención en Kandahar, las torturas, Guantánamo… todo ello resulta espeluznante, sin que los directores utilicen ningún truco sensiblero para ganarse la simpatía del público.
Es suficiente con la simple descripción de unos hechos y actos deplorables por parte de quiénes se consideran los defensores de la democracia y que sólo están consiguiendo que, la mera visión de la bandera de las barras y las estrellas, provoque asco, miedo y vergüenza. Cine combativo, comprometido, imprescindible.