Fastuosa, vacua y deslucida producción.
La criatura perfecta
Tediosa a más no poder. Ese quizás sea el peor defecto de La criatura perfecta, producción europea de corte fantástico, que en su afán de emular las versiones americanas de historias de vampiros (o tal vez, en su intento de despegarse de esa visión), se olvida del entretenimiento, o por lo menos, cuando se acuerda de ello, ya es demasiado tarde. Lo único que recuerdan mis retinas de esta fastuosa, vacua y deslucida producción, es la apocada e inmutable actuación de Dougray Scott, que al menos está mejor, o más contenido, que en su papel de agente de la Interpol en Hitman. También a Leo Gregory, cuyo rostro aquí se asemeja al de Klaus Kinski. Del resto, no hay mucho más para decir. A esta criatura perfecta le pesa ostensiblemente el tono solemne que le han pretendido dar, y le sienta a la perfección los términos “engendro” y “olvidable”, en sus más negativas acepciones.