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Excelente cinta de acción en la que sólo desentonan el pelucón de Cage y la, en no pocos momentos, sobreactuada interpretación de Moore. Con un desarrollo heredado de la Femme Fatale de De Palma y un perfecto desenlace abierto, sus múltiples aciertos consiguen ocultar la continua incongruencia de un guión obsoleto.No lo pueden negar. Los USA adoran estar en constante e inminente peligro, y al público le encanta que así sea. Hasta me atrevería a asegurar que se añoran aquellos tiempos de la guerra fría en los que un enemigo tangible, de nombre URSS, siempre estuvo dispuesto a atentar contra su vasto imperio. Cuando, al fin, ello sucede (afortunadamente, sólo en los mejores cines), y la alerta nuclear se extiende al sur de California, desde San Diego hasta Los Ángeles; todas las dudas sobre la potencial incompetencia de su gobierno, quedan disipadas; las fuerzas de seguridad se declaran ineficaces e insuficientes, y un llanero solitario (en esta ocasión, adivino en Las Vegas) logra salvar a la Humanidad.
Con tan ridícula, obsoleta y absurda base argumental, recabada de una novela de Philip K. Dick, inspirador de grandes títulos cinematográficos como Blade Runner (Ridley Scott, 1.982), Desafío Total (Paul Verhoeven, 1.990) o Minority Report (); Tamahori cumple sobradamente con los objetivos fundamentales del mejor género de acción. Agilidad en la estructura narrativa, -que pronto prescinde de una voz en off que no necesita-, escenas espectaculares y un desarrollo de ritmo vertiginoso que crea y mantiene la tensión; arropados por una certera banda sonora y unas bienintencionadas interpretaciones, son las principales bazas de esta producción de considerable presupuesto.
Aunque, sin duda alguna, su mayor acierto se encuentra en la capacidad del cineasta, de probada irreprochabilidad e impecabilidad en la manera de dirigir, al conseguir paliar las múltiples incongruencias del guión. Poco importa que el FBI centre todos sus esfuerzos en localizar al mago de Los 39 Escalones, en lugar de intentar desarticular a una banda de terroristas internacionales de móvil y origen desconocidos, si dicha persecución implacable es trazada con brillantez. Nada preocupa la bochornosa mitosis celular a la que es sometido el protagonista, ni su estrambótica forma de esquivar el peligro, si tras las cámaras se encuentra uno de los mejores artesanos de nuestros días.
El resultado se traduce en un notable ejercicio de puro entretenimiento que, durante hora y media, tiene la virtud de invadir los sentidos del espectador, impidiéndole pestañear, seduciéndole desde el primer fotograma, obligándole a archivar la irrealidad inconsistente de un explotado argumento y, hasta -¿quién sabe?- la propia realidad de su existencia.
Dentro del reparto, nos encontramos con un denostado, vilipendiado y, a menudo, maltratado por la crítica, Nicolas Cage. Un actor que siempre hizo lo que le vino en gana, productor de sus propias películas, que se halla en ese punto en el que se puede permitir el lujo de hacer de su capa un sayo. No es el único en actuar así, ¿acaso no fue Robert De Niro “El Padre de Ella”?.
Julianne Moore, la eterna promesa que nunca termina de brillar, resulta convincente cuando sus papeles no entrañan trascendencia; desmoronándose si sabe que su interpretación será objeto de alabanza. Sorprende su naturalidad en La Mano que Mece la Cuna, tanto como su atavismo irrisorio en Lejos del Cielo, o su sobreactuación desmesurada en Las Horas.
Jessica Biel, por su parte, logrará una interpretación perfecta en su cometido de tía buena, altruista maestra de una reserva india, cuyos encantos no dejarán indiferentes.
Y, como “conocer el futuro resta espontaneidad”, “la libertad implica responsabilidad” y “la belleza es la suma de las partes trabajando juntas, de tal manera que no se necesita añadir o alterar nada”, es posible –y hasta probable- que esta película consiga hacernos olvidar los asuntos que nos atañen… al menos, durante los dos próximos minutos. ¿Quién dijo que eso no es el cine?