Magnolia
“Siempre los remordimientos,los putos remordimientos”
Pocas veces los primeros minutos de una película fueron tan densos, tan frenéticos y explicativos. En sólo quince minutos, Paul Thomas Anderson (California, 1970) presenta a los complejos personajes de Magnolia tras un brillante prólogo en el que se habla del azar, y de que las cosas raras ocurren constantemente.
Con este inicio, Magnolia va abriendo sus pétalos y a través de secuencias alternas de los protagonistas, va tejiendo sus raíces sobre una banda sonora absorbente, a cargo de Jon Brion y Aimee Man.
Anderson, especialista en imprimir cierto aire épico a situaciones cotidianas o sencillas (como demostraría en There Will Be Blood, 2007), se rodeó de un elenco que tardará en repetirse, tanto por el talento innato de alguno de los actores, como por el momento dulce de otros que, sin ser especialmente reconocidos por su aptitud artística, muestran aquí la mejor versión de su carrera.
Claro ejemplo de ello es Tom Cruise, aquí liberado de ataduras y haciendo gala del histrionismo y desmesura que requiere el papel de Frank T.J. Mackey. Cruise, nominado al Oscar por este papel, borda sus escenas dando personalidad propia a un personaje que refleja de forma exagerada la actitud que muchos hombres, no sólo de la sociedad americana, ocultan bajo capas de vergüenza, inseguridad y desencanto hacia la figura de la mujer. Liberador de desechos amorosos y sexuales, despertador de la hombría y el masculinismo, Cruise hace que nos olvidemos de la figura como actor y lo veamos, desde la primera secuencia en la que aparece, como Frank T.J. Mackey, y va desvelando los entresijos que le unen con el resto de personajes y mostrando la torre de papel mojado sobre el que construye sus actitudes misóginas y posesivas.
John C. Reilly como el policía alienado en los valores que atesora la rancia y condescendiente idiosincrasia de la ley estadounidense, pero con un fondo especialmente inocente y bondadoso. William H. Macy como el otrora niño prodigio ahora absorbido por sus inseguridades y miedos sexuales y sociales. Jason Robards, el cual actúa en momentos puntuales de voz en off, como el moribundo productor de televisión irreverente; y Philip Seymour Hoffman como su entrañable y sensible cuidador. Todos ellos interpretan uno de los mejores papeles de sus respectivas carreras, por suerte o desgracia eclipsados unos a otros en tan apabullante reparto coral. Pero si una actriz sobresale por encima de todos (junto con Cruise), esa es Julianne Moore, llenando la pantalla en cada una de las escenas en las que toma parte, y representando de forma más clara los paradigmas sobre los que se asientan los escasos 188 minutos de Magnolia: los remordimientos y el perdón.
Porque Magnolia hace épicos momentos tan personales e internos que bordea el ridículo en varios momentos, pero sin ningún atisbo de caer al vacío. El perdón que tan desesperadamente buscan todos y cada uno de ellos va evolucionando en cada minuto a través de reacciones y actitudes que pasan de ser superficiales y meras capas de barniz opaco sobre sus personalidades a ser explosiones de sentimientos tan viscerales como el propio concepto del remordimiento interior del que todo el mundo conoce el sabor.
Tuvo la mala fortuna de quedar eclipsada en un año de prolija y excelente cosecha cinematográfica, con filmes como American Beauty (Sam Mendes), El Club de la Lucha (David Fincher), El Sexto Sentido (M.N. Shyamalan), convertidos en clásicos instantáneos. Pero Magnolia se alza (o esconde, según se mire) como el más intenso y adrenalítico ensayo sobre la condición humana, y una de las mejores películas de la segunda mitad de siglo (el tiempo demostrará que no es una exageración).
Y mientras doy vueltas a mis remordimientos y busco algún lugar donde pedir el perdón que todos necesitamos, canturreo Wise Up de Aimee Man, mientras miro por la ventana esperando ver llover ra…, bueno, esperando ver llover como en la última escena de Magnolia, y que ante tan bizarro acontecimiento mi camino se cruce con el de alguna otra persona cuyo destino sea el mismo que el mío. Porque en mi humilde opinión, las cosas raras ocurren constantemente.
El Curuxu
Lo mejor: - Las actuaciones, todas memorables - El prólogo - La escena final
Lo peor: - La mala fortuna de coexistir en su estreno con obras cumbre de monstruos del cine contemporáneo, quedando así en un segundo plano.