Al diablo con todo, ¡Cromwell es una de las mejores películas de todos los tiempos!

★★★★★ Excelente

Cromwell

Un dos tres, responda otra vez: nombre al menos dos diferencias entre una producción norteamericana de corte histórico y una producción europea del mismo género: Bien, primero, los medios europeos suelen ser mucho más parcos que los americanos, con lo que el acabado final suele resentirse. Por contra, el rigor histórico de las películas europeas es mucho mayor. Y bien, ¿se cumplen esas dos premisas en ésta producción británica de 1970? Si me apuran, diría que no. Los medios, sin alcanzar los de la típica película hollywoodiense, son bastante abundantes, con la ventaja de que en Europa no hace falta montar decorados para encontrar iglesias y palacios del siglo XVII. Y en cuanto al rigor histórico, bien, si tuviéramos que juzgar a Oliver Cromwell por esta película uno bien pudiera decir que era un buen tipo en el fondo, en vez del fanático sanguinario que en realidad fue. Pero en verdad poco de eso importa cuando estamos ante una maravillosa película ante la cual no soy, ni pretendo ser, objetivo. En absoluto. Una vez más una vespertina sesión de cine televisivo me hizo descubrir esta maravilla. Así que al diablo con todo, ¡Cromwell es una de las mejores películas de todos los tiempos!

Mezclando contexto histórico y guión cinematográfico, ésta es a grandes rasgos la historia: tras 12 años de gobierno autoritario, el rey Carlos I de Inglaterra se encuentra ante una rebelión escocesa que amenaza las fronteras de Inglaterra. Sin dinero a las arcas para reclutar un nuevo ejército, mientras la gran mayoría de sus fuerzas deben permanecer en la católica Irlanda, el monarca se ve obligado a llamar de nuevo al Parlamento del pueblo para que le preste algo de dinero. Algunos de los comunes, los llamados "puritanos", exigen del rey más poder para la cámara antes de soltar un penique. El rey decide acusar a las voces discordantes de alta traición, y envía a su fiel y viejo servidor, el conde de Strafford, para que arreste a los parlamentarios rebeldes. Pero el Parlamento acusará a su vez al conde de traición, y, entre la espada y la pared, el rey deberá firmar su ejecución.
Según la visión de la película, tras las iniquidades y arbitrariedades del rey se encuentra una caterva de malos consejeros, en especial (como no podía ser de otra manera en las películas anglosajonas) su francesa y católica esposa, una suerte de Lady MacBeth a quien Cromwell no dudará en acusar de los males de Inglaterra en un magnífico diálogo con el Rey que culmina el parlamentario Oliver con una shakesperiana frase: "¿No se tratará más bien de un asunto doméstico?".

Ante los continuos abusos de Carlos I el Parlamento decide desafiar al monarca. Cromwell, cauto en principio y respetuoso al rey, estalla finalmente cuando contempla en su iglesia cruces y candelabros dorados, a la manera de Roma, y cual un moderno Jesús (y no conviene olvidar la importancia de la metáfora visual aquí) tira por los suelos todos esos símbolos católicos mientras da rienda suelta a su ira; ira que se torna indignación cuando ve a uno de sus sirvientes que regresa del cautiverio tras haber sido salvajemente torturado. Tras varios e infructuosos intentos de parlamentar con el rey, el Parlamento se alza en armas. Estalla la guerra civil.

Las inexpertas y mal conducidas milicias de los Roundheads (los parlamentarios) serán inexorablemente derrotadas por un orgulloso príncipe Rupert, sobrino del rey, ante la indignación de Cromwell en una cómica escena en que los líderes parlamentarios se encuentran con los enviados reales para fijar la hora del comienzo de la batalla, como si fueran dos caballeros concertando una partida de polo. Por supuesto Oliver abrirá fuego con sus cañones sin esperar a nada ni a nadie, y más tarde echará en cara a los condes de Manchester y Essex su inoperancia y la poca preparación de las tropas. Airado, Cromwell parte para entrenar a su propio ejército, los famosos ironsides.
Comienza entonces un juego de ajedrez a tres bandas entre Cromwell, el Parlamento y los monárquicos, que comenzará a sonreírle al religioso Oliver tras ganar la batalla de Naseby pese a su inferioridad numérica y la traición de sus aristocráticos condes rivales.

Apoyado sobre un buen guión del propio director Ken Hughes, emerge la impresionante figura de Richard Harris como el complejo patriota y fanático religioso llamado Oliver Cromwell quien, al igual que su rey, se verá obligado por las circunstancias a ir más allá, hasta acabar cargando con el peso del Estado sobre sus hombros. La interpretación de Harris es excepcional, mostrándonos en cada escena las distintas facetas de Cromwell: el hombre religioso, el brillante militar, el hombre de familia, el maquiavélico político, el fanático patriota… su voz se alza sobre las discusiones de la Casa de los Comunes, se rompe, se torna afónica o grave, según la ocasión. En cierta escena, cuando convence al Parlamento para que destituya a los condes de Manchester y Essex, comienza a salir mientras la votación tiene lugar. Un clamoroso sí inunda la sala. Una pequeña parada, un pequeño gesto, es todo lo que necesita darnos Harris para hacernos partícipes de su victoria y de que sabe lo que va a pasar a continuación: su nombramiento como comandante en jefe de las fuerzas parlamentarias. Memorable.

Y si por parte de los Roundheads tenemos a un enorme Harris, por parte de los monárquicos tenemos a un auténtico rey de actores británicos, el caballero Alec Guiness, de quien poco cabe decir. Era una de los mejores, y nunca fallaba. Gracias a su magnífica interpretación, con algo de tartamudeo incluido, y a una espléndida caracterización, parece que tengamos ante nosotros al mismo Carlos I Estuardo. Como ven, tenemos un titánico duelo de actores que merece la pena ser visto.
Completan el reparto, entre los numerosos secundarios británicos, el inmortal y eterno aristócrata Robert Morley como el conde de Manchester y un joven Timothy Dalton como el príncipe Rupert, demostrando una vez más que es una patata de actor, aunque cumpla su breve función en la película como el pijo militar. Magnífica es, también hay que decirlo, la escena en que el derrotado Rupert se postra a los pies de un ingrato e impávido Carlos I.

Aunque el rigor histórico sea más bien poco, cierto es que se cuidó la puesta en escena y se elaboraron suntuosos trajes de época (el único Oscar del film), y que gran parte de los actores fueron caracterizados para que realmente se asemejaran a los personajes históricos que interpretaban, algo muy europeo y muy de la época. El director Ken Hughes , que venía de rodar las escenas berlinesas de Casino Royale y el clásico infantil Chitty Chitty Bang Bang, elaboró un consistente guión para la película y se explayó a gusto en unas suntuosas escenas de batalla repletas de extras, de esas que uno siempre imaginó mientras jugaba con soldados de plomo. Tal vez no sean demasiado realistas, pero quedan enormemente bien en la pantalla. Resumiendo, en Cromwell tenemos a un Richard Harris en plena forma, al ciclópeo Alec Guiness, un buen guión y una sólida dirección.
publicado por Moebius el 8 junio, 2008

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