No puedes perderte esta redonda historia donde se aprecian muchísimas de las virtudes que llevaron a la categóría de genio al prolífico británico Alfred Hitchcock

★★★★★ Excelente

Extraños en un tren

Aunque la ví hace muchísimos años, he vuelto a revisar y disfrutar de una de las obras maestras de Alfred Hitchcock, si bien prometo comenzar a comentar poco a poco al genio, no toda su filmografía (dirigió 53 películas) pero sí los más de 30 títulos de que dispongo, ayudado del magnífico libro que me regaló una amiga (¡gracias!) sobre el cineasta británico.

Se me hace difícil hablar de esta película sin comentar o apoyarme en algunas de sus escenas, por lo que si no la han visto, recomiendo que la vean (es una auténtica maravilla, de intriga y perfección narrativa, con multitud de planos memorables), y después lean lo que viene a continuación.

Aunque Hitchcock era conocido como el maestro del suspense, lo es más de la técnica narrativa. En esta película no sobra ni un plano, que es ejecutado y filmado con brillantez y cálculo perfecto.

El comienzo ya es prometedor. Un largo travelling enfocando los zapatos de los dos protagonistas, (describiendo ya con más detalles de los imaginables a los mismos) que se encuentran y tropiezan en un tren (después de este tropiezo nos muestra sus caras).

Tras este encuentro, Hitchcock ya nos llama la atención con la histriónica corbata del personaje de Bruno en una interpretación poética (así la calificó Truffaut en su famoso libro entrevista con el cineasta) por Robert Walker, diseñana por el propio Hitch.

Más escenas memorables. La del asesinato de la mujer del personaje Guy Haines (en una floja interpretación a mi modo de ver del actor Farley Granger, que prácticamente repite personaje de La Soga) vista a través del reflejo de las gafas caídas de la asesinada.

O cómo el director hace que nos fijemos casi de la única manera posible en Bruno en medio de una multitud de gente viendo un partido de tenis: todos van girando la cabeza de derecha a izquierda menos él.

O cómo Bruno estrangula virtualmente con la mirada al personaje interpretado por la hija del director: Patricia Hitchcock (ver foto con el padre), en una destacado papel secundario, no necesario para la historia, pero que aporta muchísimo, como la otra hija con gafas del senador Morton.

En esta película vemos una vez más cómo Hitchcock se plantea las preguntas que el espectador se haría ante una determinada situación, y a continuación le da una respuesta, más o menos convincente, pero que te deja satisfecho. Un ejemplo: cuando la prometida de Guy empieza a intuir que algo está pasando le pregunta que cómo convenció a Bruno para que matara a su esposa. Tras aclararle Guy que no fue así, que Bruno se trata de un desequilibrado que le está haciendo chantaje, ella hace la pregunta que el espectador puede haber tenido en mente: ¿por qué no ha acudido a la policía, o por qué no ha confiado en ella desde un principio? Respuesta que ofrece Guy: Para qué, ¿para que piensen como tú has pensando en un principio? ¿Que estaba compinchado en el crimen?

Otra característica del realizador. El juego con el espectador. Hay un determinado momento en que Guy llama a Bruno y le dice que ha cambiado de opinión y de que quiere acabar con todo esto, asesinando como Bruno quiere al padre de éste. A continuación marcha a la casa del padre de Bruno. Hitchcock no da una sola pista de si realmente ha decidido esto y ha tomado esta opción, jugando así con el público. Finalmente nos tranquiliza ver que sólo quería avisar al padre del grave peligro que corre con su desequilibrado hijo.

Otra admirable virtud: la coherencia de la visión de la cámara. Si Hitchcock plantea una escena con dos personajes hablando y uno de ellos está sentado y el otro de pie, el habitual plano – contraplano en el diálogo de los dos lo hace con un plano picado (desde arriba) y con otro contrapicado (desde abajo). Estos planos contrapicados son de especial gusto en el director, ya que los usa hasta para enfocar desde abajo a sus personajes caundo bajan una escalera por ejemplo.

Mencionando de nuevo el libro de Truffaut, decía este que Alfred rodaba las escenas de asesinatos como si fueran escenas de amor, y viceversa. Quizás es algo exagerado, pero en este caso prefiere claramente al malo de la película, tratado con benevolencia y exquisitez, como cuando quema el globo de un fastidioso niño en el parque de atracciones. Hace que nos identifiquemos con Bruno en esta fea acción.

Más escenas memorables: la recuperación del mechero caído a una alcantarilla por Bruno. ¿Cómo es capaz de crear suspense en semejante acción? Pues lo consigue.

O la magnífica secuencia final del desbocado tío vivo, con esa pelea entre los cascos de los caballos del mismo (genial). Por lo visto, reconoció que se la jugó con el tipo que debía arrastrarse debajo del mismo para pararlo. Dijo que si hubiera levantado la cabeza… no se lo habría perdonado.

Por criticar algo, puede resultar ridículo que el va radiando el partido de tenis lo haga para todo el público que presencia el encuentro (incluido jugadores) con comentarios como tal o cual está jugando bien o mal, o está arriesgando… en fin… tenía que poner alguna pega no?

Que quien no la haya visto, no puede perderse esta redonda historia donde se aprecian muchísimas de las virtudes que llevaron a la categóría de genio al prolífico británico Alfred Hitchcock.
publicado por Calaf el 3 agosto, 2006

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