Los duelistas
En cine la verosimilitud de la historia narrada suele sostenerse en el conocimiento que el espectador pueda tener de las motivaciones que animan a personajes y situaciones. Frente a esta ópera prima de Ridley Scott, a menudo proclamada como la mejor obra de su autor, es tentador caer en una crítica fácil argumentada sobre el hecho de que el conflicto sostenido en todo el metraje entre los dos protagonistas masculinos no viene acompañado por elementos explícitos inherentes al mismo. O sea, que sabemos que Keith Carradine y Harvey Keitel se pasan la vida retándose en duelo violento pero no sabemos a qué viene tanta historia, ya que la refriega inicial que desencadena el peligroso círculo de violencia, para el espectador medio, es apenas relevante. Con ese argumento, pues, podríamos tirar a la basura un producto que pretende sostenerse en una ofensa mayor…Ahora bien, y para ser más justos, no hay que perder de vista que ésta es una película en la que el tema implícito (la necesidad de liberarse de la ofensa mediante la derrota del contrario en un combate a espada y sangre) es la única razón de ser de la misma, según el letrero inicial que da inicio a la historia, y, por tanto, exigir algo más explícito sería como pedir peras al olmo. Y todo esto convierte a “Los duelistas” en una película quizá mucho más extraña de lo que parece a simple vista, revelando que tras la cámara había un cineasta de lo más singular dentro del cine comercial de las dos últimas décadas. “Los duelistas” no es una historia de simple rencor y venganza en perpetua búsqueda, es un proceso vital, enfermizo, obsesivo, pero que atañe a la necesidad de liberación de los dos personajes principales, víctimas de un código de honor fuertemente enraizado en la época y en el contexto bélico de la Europa napoleónica. No necesitamos saber el porqué de tanta barbarie, la verosimilitud viene dada en el “espíritu de la época”, y en eso Scott es muy explícito al crear secuencias turbias y de una violencia encarnizada, como los repetidos duelos a espada, o la muerte, la congelación y la soledad de las tropas en el hielo de Rusia.
Visualmente, la película es un magnífico muestrario de “cuadros” de la época; vestuarios, paisajes, contundente ambientación e introducción en ese contexto social, todo ello con un excelente uso de los recursos cromáticos, el brillo y la decoración.
Quizá el mayor problema de esta película -y será por eso que no llega a estar a la altura de las grandes – sea la pretendida conexión entre la vida profesional, íntima y amorosa del protagonista con su “otra vida” de perpetuo enfrentamiento con el personaje representado por un Harvey Keitel bastante tosco, y la consecuente privación causada por ese lastre obsesivo. Como ya he comentado antes, el enfrentamiento entre ambos responde a una necesidad de liberación mediante la “limpieza del honor”.
La conexión entre los dos ámbitos se insinúa en el montaje del duelo a caballo en paralelo con imágenes de la vida profesional, íntima y amorosa del protagonista, pero no subraya lo suficiente ese conflicto interior del personaje para que se pueda alcanzar la intensidad emocional idónea – y el significado dramático de todo el periplo de duelos -que nos conduzca hacia el debido clímax en los últimos minutos de la película. El film, por tanto, peca de baja intensidad en los momentos cruciales y en el tono del drama general, sobretodo en ese espléndido final que refleja la liberación lograda perdonando la vida del adversario: en ese acto crucial de conciencia, ambos combatientes alcanzan la libertad y un nuevo estado del ser, bellamente representado en la secuencia final, con una mirada (la de Keitel) que contempla un paisaje grande y hermoso ( que viene a significar esa libertad, ese surgimiento de nuevos horizontes), aunque no sepamos a ciencia cierta si todo ha acabado o está pensando en reiniciar los duelos. Un magnífico final abierto, a pesar de la mencionada ausencia de un factor emocional que eleve la intensidad del conjunto, evitando un cierto regusto de frialdad, de tener la sensación de que una historia tan buena merecía mayores dosis de emoción.
En suma, una buena película, aunque tampoco hay que sobrevalorarla porque, desde luego, no es la mejor película de Ridley Scott, teniendo en cuenta que existe “Alien“.