Coppola sí supo ofrecer algo personal y genuino en una película que poco a poco va ganando admiradores según va pasando el tiempo. Sin embargo, la irregularidad del conjunto y los mismos excesos acaban jugando en su contra.

★★★☆☆ Buena

Dracula

En 1992, Francis Ford Coppola nos ofreció esta revisitación al mito del conde Drácula, y en aquella ocasión pudimos decir que, a pesar de que pueda gustar más o menos, el experimento aportó bastante a un icono ya muy manido y revisitado en anteriores ocasiones. Éste “Bram Stoker’s Dracula” no es precisamente una creación vulgar, aunque a principios de los noventa sí cabía pensar que reciclar al conde Dracula era una ocurrencia poco novedosa.

Desde el punto de vista formal, esta película es un deslumbrante hallazgo de imágenes sucesivas que recrean entornos e iconos propios del genero clásico de terror, un ensamblaje de fotogramas organizado de un modo que viene a ser una abrumadora sinfonía visual repleta de barroquismos, iconos y simbologías pertenecientes a diversos ámbitos como la religión, la medicina, el sexo, la vida aristocrática, el mismo cine y , más concretamente, el cine de terror primigenio, con claras resonancias de Nosferatu, el hombre lobo, la momia, el exorcista, etc. La música de las imágenes se acompaña con una penetrante y sobrecogedora banda sonora compuesta por Woiciech Kilar, la cual se ajusta perfectamente a cada compás visual y a cada gesto o giro dramático, y al final, más que un filme narrativo convencional, parece un videoclip que rinde un digno homenaje a todo ese corpus de iconos y criaturas de leyenda.

El entramado argumental se sustenta sobre unos temas básicos que definen casi toda la estructura visual y narrativa: el sexo, la locura, la sangre y la rebelión contra el destino y contra los dioses por un amor perdido y buscado a través de “océanos de tiempo“. El amor es el impulso que sobrevive y logra vencer a la muerte y dignifica incluso a la más despreciable de las criaturas, prisionera de su rencor y de las oscuridades que le rodean, convertida en repugnante bestia de la noche, murciélago, lobo, monstruo arrugado y decrépito en la soledad de un castillo que se mueve en las sombras, en los recuerdos de un espacio irreal y onírico: la pesadilla eterna de la “no-muerte”, el precio a pagar por rebelarse contra el creador. Aquí el conde Drácula se nos representa como un ser profundamente triste y poderoso, un dios de la animalidad, de todo lo que se aleja de la humanidad. Al otro lado de la línea, Mina, encarnando la inocencia más bella, lo único que puede redimir a la bestia. Ése es el eje fundamental: la historia de amor ultraterrena y escatológica, obsesivamente humana y visceral , una metafísica del amor y del sexo que otorga al filme una extraña belleza romántica. La esencia del poema visual de Coppola radica en una idea romántica del mal, la muerte y del amor, y de los más sórdidos y oscuros rincones de la existencia.

Así pues, Coppola sí supo ofrecer algo personal y genuino en una película que poco a poco va ganando admiradores según va pasando el tiempo. Sin embargo, la irregularidad del conjunto y los mismos excesos acaban jugando en su contra. Digamos que algunos de los elementos del diseño y la caricaturización del conde Dracula y del resto de personajes termina siendo abusiva: Van Helsing es más un cliché que un personaje funcionalmente válido y el personaje que interpreta Keanu Reeves (al que se le supone un papel principal) queda al margen y desubicado de la obra, otro cliché insustancial, y lo mismo cabe decir del resto de personajes secundarios; no están integrados en el gran drama romántico y siniestro que tiene a Mina y al conde Drácula como únicos personajes verdaderamente articulados en la gran sinfonía visual. Se puede decir, en consecuencia, que la película pierde mucho interés cuando Mina y el Conde desaparecen de la escena, por la palidez del conjunto restante, al cual, además, poco ayudan las mediocres interpretaciones de un elenco de actores que deja mucho que desear. En tal caso, sólo la espléndida fotografía y la rica imaginería visual logran mantener el interés.
publicado por José A. Peig el 31 agosto, 2007

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