Jindabyne
Jindabyne es el lugar donde cohabitan los diferentes estratos que configuran el relato, y en el que predomina el plano general que representa el devenir sereno de la naturaleza de aquella región, los campos áridos, las aguas del lago o los montes que circundan el río. Según el planteamiento visual del director Ray Lawrence, el paisaje natural es el verdadero protagonista de la historia, visto a través de planos largos y de la cadencia contemplativa mediante la cual el ojo de la cámara nos sumerge en su geografía, casi parece responder a un ideal animista de retorno a la naturaleza, la misma naturaleza que sostiene a los variados perfiles humanos. Así pues, Jindabyne no es tanto una película sobre el conflicto emocional o ideológico entre seres humanos como una representación alegórica de la naturaleza en conflicto con el mundo artificial, y la cultura humana, inclusive. El plano que abre la narración -la naturaleza del paisaje segmentada y limitada por un hilo de alambre – expresa dicho conflicto que además tendrá un cierre correlativo en el simple acto de asesinar a un insecto atrapado en el interior del camión, cuyo propietario homicida será el desencadenante del nudo del relato.De esta forma, Lawrence pretende tejer una red de fenómenos interconectados; conexión entre seres humanos, en un estrato secundario, y conexión entre humanos, cultura humana y naturaleza, en el estrato principal, el más significativo a efectos narrativos ya que es el que podía englobar a toda la estructura latente. El discurso avanza mientras aborda temáticas variadas, desde ángulos opuestos según qué personaje es el utilizado para enfatizar un determinado aspecto de la narración: relato costumbrista, melodrama coral, reflexión sobre los sentimientos humanos y las disyuntivas que surgen cuando acontecimientos extraordinarios interfieren en lo cotidiano, las convenciones sociales y los problemas derivados del acto de violarlas, dilemas morales por causa de creencias contrapuestas, motivos ecológicos, raciales, y un largo etcétera.
Una idea de obra maestra pero que no llega a tener el necesario empaque, sobre todo porque el director, a menudo, confunde lo sutil con lo disperso e indefinido, y aunque es probable que en la mente de Lawrence todo tenga un sentido coherente con una idea de base muy clara, tal y como está desarrollado en la pantalla, no se percibe la claridad requerida. La sutileza no consiste en utilizar los silencios a trote y moche ni en omitir algunos aspectos del argumento que son clave para vertebrar las motivaciones y desarrollo de los personajes como es debido. Lo sutil implica ingenio y versatilidad, y no esos diálogos rutinarios y un esquema repetitivo de omisiones y silencios que terminan por empañar las buenas intenciones del autor: ello conlleva la dispersión del relato y la indefinición final, con el consecuente lastre a efectos narrativos.
El cadáver de una chica flotando en las aguas del río remite a la interacción ser humano-naturaleza, a menudo desagradable y violenta, incompatible también , como se ve en la tensa representación de las torres eléctricas que destruyen el paisaje, y el miedo suscitado en uno de los protagonistas de la excursión, de creencias animistas. El homicida, precisamente, es un trabajador de la compañía eléctrica. Al final, todos los personajes se reunen en un ámbito de hermosa naturaleza, en una ceremonia aborigen que culmina con un canto de amor en recuerdo de la asesinada (resulta tan impagable como caprichoso el hecho de que el homicida esté presente en la ceremonia), lo cual deviene en motivo de reconciliación general.
Dejando aparte todo esto, Jindabyne, aunque fallida, es una película interesante y recomendable para el cinéfilo, por las buenas intenciones del autor y por el intento de crear algo que vaya más allá de los esquemas habituales. Eso sí, todo queda en un intento.