A las películas de profesora carismática les ocurre lo mismo que a los amores apasionados. Uno se lo cree, pero a la misma vez sabe que es mejor no volver con la cámara diez años después, por lo que pudiera encontrarse.

★★★☆☆ Buena

Diarios de la calle

“Diarios de la calle” es como ver a Jack Nicholson llevándose a mis chavales del H en un velero mientras la doctora Ratched grita despavorida que es la hora de tomar la medicina. Desde que Sydney Poitier enseñó a sus enanos a hacer una ensalada en el instituto, el mundo de cine se ha inundado de profesores carismáticos que sueñan con conquistar las mentes inmaculadas de nuestros tiernos adolescentes. Antonio Banderas lo intentaba modestamente con el Baile de salón. Mr Kitting iba demasiado lejos en El club de los poetas muertos. El Forrester de Descubriendo a Forrester no enseñaba nada, pero servía al chaval para vacilar de autor famoso. La Michelle Pfeiffer de Mentes peligrosas es la más parecida a la protagonista de esta película, porque los chicos son todos unos delincuentes desmelenados, y porque resuelve el problema implicándose con ellos. El profesor menos parecido a Erin Gruwel es el Mr Chips de Adios Mr Chips, porque no se plantea como dar un “pelotazo” educativo, sinó como administrar una vida entera consagrada a la enseñanza.

“Diarios de la calle” es esencialmente verídica. Los profesores vivimos a veces situaciones en las se produce algo especial, oasis de entendimiento. Erin Gruwel narró su oasis en un libro que era una colección de los diarios de sus alumnos y ahora lo tenemos en cine. Corría el año 94. Todavía estaba viva la revuelta de Los Angeles. La policía apaleó a Rodney King y un juez excesivamente clemente dejaba salir en libertad a los responsables. El país estalló en llamas durante una semana. Todo eso ocurría en el mismo país que quería dar ejemplo al mundo de coexistencia pacífica.

Erin Gruwel tiene en ese momento 23 años y no sabe hacerse con una clase multirracial que, o bien grita, o bien se pelea, o bien hace pellas cuando quiere imponerles donde tienen que sentarse. No hay comunicación hasta que un alumno caricaturiza a un negro de la clase. Erin responde hablandoles de los nazis y el curso empieza a escuchar. No sé de que hablaría la industria americana del cine si Hitler hubiera perdido las elecciones del 33.

La profesora trabaja horas extras para comprarles libros nuevos. Los alumnos se quedan atónitos. Uno huele el suyo, huele a nuevo. El tema podría ser ¿hace falta gastar más para que los alumnos se impliquen? Como todos los profesores que conectan con sus alumnos, ella tiene que enfrentarse con los estamentos conservadores que quieren hacer lo mismo de siempre. Su jefa del departamento de lengua se opone: eso que está haciendo no es exportable, no sirve como programa, es una relación especial que no puede repetirse cada curso. Y tiene parte de razón, la relación con un grupo puede vivirse como algo único y especial. Pero una carrera profesional significa una línea de trabajo, un hábito que pueda repetirse cada año.

El cine vive de ciertos espejismos. Las películas de amor hablan siempre de amor eterno. Es fácil amar eternamente durante una hora y media. A las películas de profesora carismática les ocurre lo mismo que a los amores apasionados. Uno se lo cree, pero a la misma vez sabe que es mejor no volver con la cámara diez años después, por lo que pudiera encontrarse.
publicado por Jose Contreras el 17 mayo, 2007

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