Shootem up
Fulgurante hipérbole en torno al cine de acción (que no del cine de acción) la que Michael Davis nos ofrece en este despiporre de referencias al estilo gráfico y cinético del cómic y de la mitología de la denominada serie z en su conjunto. La falta de honestidad y coherencia para con el público y para con la misma esencia del producto suele ser un problema en un género como el de “cine de tiros y mamporros”, como en el reciente caso de la trilogía de Bourne , pretencioso aparato vacuo cuya posible validez se desintegraba por causa de un alarmante desequilibrio entre historia y desarrollo (fingido, tramposo), entre la desquiciada e imprecisa cámara de Greengrass (que pretendía ser la misma acción sin que dicha acción necesitara de tanto artificio) y el contenido dramático que – supuestamente – motivaba todo el torbellino de persecuciones paranoides.En Shoot Em Up hallamos una pieza desnuda de efectismos que pretendan ensalzar éste género cinematográfico más allá de sus atributos esenciales. El mismo título insinúa la naturaleza del producto: una multiplicación de tiros y puntos de mira que van desarrollando la persecución y la trama hasta un desenlace a la altura de la broma propuesta ya desde el inicio. Cabría suponer que tras el festín de artillería e hilarante imaginación se esconde la vulgaridad y el vacío afines al guionista que no tiene nada que contar y que se limita a encandilar al espectador a base de ritmos frenéticos. Pero, insistamos en una regla de oro, tomemos conciencia de que cierto tipo de cine se compone de esencias que son historias narradas con la suficiente capacidad de síntesis y de manera concisa.
Si el producto sabe lo que quiere ser, y si en la secuencia Idea-ejecución de la Idea percibimos la necesaria claridad expositiva, las demás consideraciones se pierden en discursos autocomplacientes. Shoot Em Up construye su propio estilo inspirándose en un vasto universo de referencias a pulso de humor cínico y juegos de palabras tan nervudos y electrizantes como la misma configuración del montaje, que logra crear un magnífico ritmo de imágenes y secuencias enlazadas de tal forma que la sensación trasmitida por este espectáculo del delirio y de las situaciones imposibles terminan convirtiéndose en el alma de un filme perfectamente orientado hacia un ejercicio de libérrima evasión, pero, en absoluto, vacuo. De hecho, lo inverosímil de las situaciones expuestas es la expresión de las leyes implícitas en el subgénero, atendiendo siempre a que estamos ante esa clase de películas que no se toman en serio así mismas y, más concretamente, a los clichés homenajeados. El cine espectáculo demostró hace ya mucho tiempo que su legitimidad radica en la sencillez y precisión en sus propuestas, y sería injusto no reconocer la fluidez expresiva y formal de esta pieza.
Al estupendo ritmo se le suma el ingenio gamberro del diálogo, jugando con los dobles sentidos. La frase que mejor ejemplifica esa construcción narrativa desglosada en los dos estratos de lúdica evasión que le otorgan su mejor expresión fílmica: el ritmo frenético de las imágenes y el diálogo que punza a base de sarcasmos y humor cínico: Qué manera de vaciar la pistola.
En síntesis, una película honesta consigo misma y con el público, cine de acción ejemplar, encuentra su equilibrio entre la vulgaridad y el ingenio para resultar entretenida sin caer en innecesarias espesuras. Lástima, en cualquier caso, que los perfiles de los personajes secundarios estén un tanto dejados a modo de simple relleno (independientemente del divertido duelo entre Paul Giamatti y Clive Owen), que algunas – muy pocas – secuencias de acción no estén a la altura del conjunto y que, tal vez, lo que a grandes rasgos es un ejemplo de mesura en un espectáculo hiperbólico (cosa nada fácil), por momentos tiende hacia el mal gusto. Disfrútenla y juzguen ustedes mismos, porque al menos aquí sí hay talento para el fin perseguido. Si no les gusta no es culpa nuestra, ni tampoco de Michael Davis.