La flauta mágica
Los que me conocen saben que procuro ceñirme en mis comentarios a lo puramente cinematográfico. Sin embargo hay ocasiones, como ésta, en las que son imprescindibles unas aclaraciones previas.“La flauta mágica” (The Magic Flute) no es una película para todos los públicos. Quiero decir con ello que si odias la ópera o la música clásica esta no es tu película. Estamos ante una adaptación de una ópera de Mozart y, por tanto, la mayor parte del tiempo los actores están cantando ópera. Sorprenderse, o sentirse decepcionado por ello, sería ridículo.
Ahora bien, si te gusta la ópera o, sin ser un amante de la ópera o la clásica, tienes la menta abierta a disfrutar de nuevas experiencias artísticas, entonces, y solo entonces…
…hablemos de cine.
Porque CINE, así con mayúsculas, es lo que destilan todas y cada una de las películas de Kenneth Branagh hasta la fecha (incluso las menos buenas).
“La flauta mágica” comienza con un (falso) plano secuencia prodigioso, de los que hacen época, en el que nos movemos desde los soldados en las trincheras hasta los aviones combatiendo en el cielo. Con tan brillante comienzo, Branagh crea un equivalente visual a la obertura de la ópera, introduciéndonos con maestría en el contexto en el que se moverá la historia.
Ante un comienzo tan impresionante es muy difícil mantener el nivel durante todo el metraje pero, sin llegar a la genialidad de dicha secuencia, la película lo consigue y Branagh demuestra con ello no haber perdido ni un ápice de su garra narrativa. Su labor como director es uno de los puntos fuertes de la película.
Desde el comienzo del proyecto, todo el mundo ha tenido sus (lógicas) dudas sobre la labor de los actores. Se corría el riesgo de que al emplear cantantes profesionales (algo inevitable en un proyecto de este tipo) se perdiese en capacidad interpretativa. Tengo que decir que no sólo no es así sino que gente como Benjamin Jay Davis (Papageno), Joseph Kaiser (Tamino), René Pape (Sarastro), Tom Randle (Monostatos) o Lyubov Petrova (La Reina de la Noche) están realmente bien y alguno, como el citado Jay Davis, demuestran una estupenda vis cómica. Quizás lo más flojo en ese apartado sea Amy Carson que resulta un poco sosa.
Pero la película no es perfecta. De hecho, tiene un importante defecto heredado, creo, del libreto original: cierta falta de coherencia. Si en el libreto original esas pequeñas incoherencias se pueden disculpar por tratarse de un texto lleno de referencias y claves masónicas, en la película y desprovistos ya de esa lectura, no es tan disculpable. De esta forma hay saltos en la historia que resultan extraños, como ver aparecer o desaparecer a ciertos personajes sin explicación alguna.
También hay alguna escena que Branagh ha resuelto con rapidísimos insertos para intentar explicarnos partes de la historia que no quedarían claras de otra forma. El resultado en ese caso no es del todo satisfactorio y podría entender que alguno la calificase de videoclipera. Esto sucede, en todo caso, en una escena o dos.
Lo que pasa es que esos defectos, alguno importante insisto, quedan para mí casi olvidados gracias a algunas actuaciones y, sobre todo, a la maravillosa partitura de Mozart (muy accesible además al público profano como yo) y a la brillante dirección de un Kenneth Branagh que demuestra que sigue siendo uno de los directores visualmente más interesantes del panorama internacional.
Valoración final de moonfleet.es: 8 sobre 10.
Lo mejor: La música de Mozart y la dirección de Branagh.
Lo peor: Alguna incoherencia narrativa heredada del libreto original.