Pudor
Pudor no es un drama, son cinco concretamente. Los hermanos Ulloa -David y Tristán- tras el cortometraje Ciclo vuelven a trabajar juntos para elaborar un filme de esos que dejan sabor amargo y no invitan a recomendarlo – a pesar de ser bastante bueno- porque incitan a la autodestrucción y a pernoctar en el bar de la esquina.La historia se centra en una familia al borde del precipicio. La abuela acaba de morir, el padre descubre que le quedan seis meses de vida, la esposa se siente ninguneada y se lo monta por su cuenta, la hija entra en la pubertad con muy mal pie y por si esto fuera poco, el niño en ocasiones … ve muertos. Tal cual.
Bien es cierto que todo esto puede pasar -bueno, lo del niño sólo a Bruce Willis- pero a medida que avanza el metraje, tal cúmulo de desgracias se hace bastante indigerible y se echa en falta alguna situación agradable para distendir el ambiente y un final mejor, que si bien supongo que es el del libro en que se basa el fillme, no deja ver luz al final del tunel.
Los hermanos Ulloa han hecho un trabajo sobre la incomunicación familiar, las cosas que damos por entendidas y no decimos en voz alta y cómo podemos convertirnos en desconocidos para los que nos rodean. Algo exagerado en mi opinión, ya que la supervivencia nos lleva a buscarnos vías de escape que nos hacen más o menos llevadera la existencia y en el caso de los protagonistas de Pudor, sus distracciones no hacen más que acentuar sus carencias, con lo que es peor el remedio que la enfermedad.
Las crisis existenciales de la madurez son más llevaderas cuando las narra un Kevin Spacey que vive en una urbanización americana o viajan en una furgoneta amarilla. Cuando el atrezzo son los platos de Duralex y el escenario un barrio muy parecido al nuestro, nos resultan demasiado familiares y escuecen más. Pero mientras en American Beauty o en Little Miss Sunshine los guiones tiene un importante -e imprescindible- componente de humor negro, en Pudor, brilla por su ausencia.
Los actores, salvo los niños, están estupendos. Nancho Novo cambiando de registro completamente y Elvira Mínguez, se reafirma en el papel de madura en quiebra emocional. Todos muy contenidos, al igual que la realización y la música, ya que el filme es intencionadamente sobrio y descarnado. La cámara juega un importante papel porque nos coloca en una posición de voyeurs. El espectador tiene la sensación de estar espiando a los personajes y de haberse colado hasta en la intimidad de su cuarto de baño. Por otra parte, algunas historias y situaciones resultan demasiado manidas y la del niño directamente, sobra.
Lo mejor: Nancho Novo y Elvira Míguez.
Lo peor: La desesperanza y el pesimismo que destila.