El triángulo de la tristeza

Tras el visionado de la primera película que compite por el Giraldillo de Oro, en la Sección Oficial del XIX Festival de Cine Europeo de Sevilla, ayer nos tocó ver una de las cintas más esperadas del certamen, la última del director sueco Ruben Östlund, que opta al galardón del público dentro de la Selección EFA, o lo que es lo mismo dentro del grupo de largometrajes nominados a los premios de la Academia de Cine Europeo.
El triángulo de la tristeza, que así se titula la película, es una comedia vitriólica muy del estilo del director, que narra el viaje en barco y el posterior naufragio de un grupo de magnates, modelos, influencers, etc., representantes de la clase social alta, a los que el director no pone demasiado bien; aunque en palabras de Östlund, «nunca quise ser maniqueo, y no creo que los ricos sean unos monstruos, todo lo contrario, suelen tener inteligencia social si no no habrían llegado a lo que son». Opiniones del director aparte, lo cierto es que la película es una sátira contra los poderosos, un viaje a ninguna parte de unos cuantos millonarios que se puede encuadrar perfectamente en lo que es ya un subgénero (véase El barco de los locos o Y la nave va…), una metáfora del rumbo hacia el desastre al que se dirige la humanidad sin gobierno alguno.
La cinta que nos ocupa se estructura en tres partes que el realizador diferencia explícitamente: en una primera, Östlund crítica el mundo de la moda, como hacía con el del arte moderno en la excelente The Square (2017), y nos presenta a una joven pareja que formarán parte de los pasajeros del yate de la segunda parte. En el tercer capítulo, un temporal acaba con el barco y obliga a los supervivientes a vivir como pueden en una isla.
Precisamente, el hundimiento del barco, con el mareo de los personajes, los vómitos y demás inmundicias simbolizan esa descomposición de los ricos ⸺algo que tampoco es nuevo, se me ocurre El ángel exterminador, por ejemplo⸺ mientras el capitán (Woody Harrelson) se desentiende del gobierno de la nave, como si quisiera evitar que lo relacionen con el pasaje, y deja a la deriva el yate, lo que completa la metáfora y le confiere toda la intención. También el temporal es en sí otro símbolo, en este caso el de la revolución que vendrá en la isla cuando los poderosos tengan que depender de una limpiadora, la única capaz de reaccionar para conseguir comida, la que provocará que se cambien las tornas.
Divertida y explosiva ⸺literalmente⸺ película de un director que crece con el tiempo (sus dos obras anteriores, The Square, ganó la Palma de Oro en Cannes, y Fuerza Mayor se llevó el Giraldillo de Oro entre otros premios), y que es ya un habitual en el festival de Sevilla. Muy querido aquí si tenemos en cuenta el lleno en todas las salas en las que se proyectan sus filmes, y los aplausos que provocan la visión de sus películas. Dicen que en Cannes este año duró ocho minutos la ovación del público. Ruben Östlund volvió a ganar la Palma de Oro.