El Lute: Camina o revienta.

Esta película es de las que no se olvidan. No sé si la vi por primera vez en el cine o en la televisión, pero tengo muy a fuego grabadas varias de sus escenas: el abrazo entre Eleuterio y Chelo cuando éste vuelve de uno de sus periodos en la cárcel, las torturas, el salto del tren, la gallina comida a bocados… Ahora he vuelto a verla con ojos de adulto, treinta y dos años después, y su envejecimiento es de esos que cualquier película desearía experimentar gracias a la mejor dirección del célebre e irregular Vicente Aranda y a dos de las mejores facturas de dos de nuestros más estimados actores: Imanol Arias y Victoria Abril, que obtuvieron ese año el Goya a mejor actor y mejor actriz protagonistas respectivamente.
El tratamiento a cargo del director de una de las historias más populares de la España del siglo XX, la historia de El Lute, fue el que ésta necesitaba para convertirse en universal con un claro posicionamiento del lado del desgraciado, del pobre analfabeto que se mete, casi sin quererlo, en un lío de terribles consecuencias. Las dos películas de Aranda: “Camina o revienta” y “Mañana seré libre”, estuvieron basadas en sendos libros de Eleuterio Sánchez, “El Lute”, escritos durante su reclusión en el penal de San Antón de Cartagena donde permaneció ocho años. Esta primera es un cine quinqui diferente del clásico de los primeros Eloy de la Iglesia y José Luis Manzano. No es el quinqui de “Perros Callejeros”, “El pico” o “Navajeros”. Es, al igual que “La estanquera de Vallecas” también de 1987, un cine quinqui adulto, pero con diferencias entre ellas. Los quinquis de “El Lute” no son jóvenes heroinómanos de la periferia de ciudades que no están sabiendo crecer sin dar la espalda a su futuro, son quinquis más de las afueras. El Lute es un nómada, un “merchero, un quincallero, un quinqui” que se dedica a la venta de cacharrería en los caminos de Extremadura, un joven ladrón de gallinas que se ve involucrado en un atraco con un muerto. Sus perseguidores tampoco son la madera de los barrios pobres de las grandes ciudades, sino guardias civiles aunque éstos, al igual que aquellos, también muestran grandes prejuicios contra los “fuera de la ley”. El Lute tampoco es un don nadie cuya muerte en cualquiera de las calles de Orcasitas hubiera pasado desapercibida, el Lute fue un “enemigo público número 1” cuyo rostro colmó las portadas de los periódicos durante meses y llegó a conseguir, y ésto sí le asemeja a los protagonistas del resto de películas del género, que el público se apiadara de él. Vuelven así los personajes que no resultan ser ni buenos ni malos, sino simplemente supervivientes, tan populares en las películas españolas de los años ochenta y en las del cine quinqui, en particular.
Tras la caída del régimen, El Lute llegó a convertirse en un héroe romántico y esta película ayudó a contribuir a ese endiosamiento que ahora, treinta y dos años después, sigue produciendo esta figura tan singular y respetada en el imaginario español.
Es una de las películas más reconocidas del cine quinqui y es cierto que, a pesar de algunas deficiencias técnicas, la película ha envejecido muy bien.