Crónica de los pobres amantes

Carlo Lizzani, un director italiano no demasiado conocido en nuestro país, fue responsable de alrededor de setenta películas y más de cuarenta guiones. Para recordarlo, nada mejor que comentar la que para nosotros fue su mejor cinta:
Crónica de los pobres amantes, al margen de su calidad, posee una considerable importancia histórica. Situada en pleno auge del neorrealismo, fue el paradigma de “la etapa de la crónica”, así llamada por el teórico del movimiento, Guido Aristrarco. Una fase del nuevo cine nacido en Italia que se caracterizaba por narrar un hecho histórico de la mano de situaciones cotidianas. Lizzani se basó en el buen recurso de guión en el que varios personajes asociados a algún barrio, edificio o calle, se enfrentan entre sí para reflejar los distintos aspectos de la sociedad del momento. Algo que recogería nuestro cine patrio en varias cintas de los cincuenta y sesenta; quizás con Mi Calle (Edgar Neville, 1960) al frente de todas ellas.
En Crónica de los pobres amantes, Lizzani rueda con el estilo que ayudó a crear junto a los grandes autores del movimiento —recordamos su participación en los guiones de películas tan importantes como Alemania, año cero (Germania, anno zero de Roberto Rossellini, 1948) y Arroz amargo (Riso Amaro de Giuseppe de Santis, 1949)— y se rodea de nuevos actores (alguno de ellos tendrá una carrera tan espectacular como Marcello Mastroianni que no explotará hasta el año siguiente en La Ladrona, su padre y el taxista de Alessandro Blasetti) para crear este microcosmos de un barrio florentino en pleno auge del fascismo. Lizzani había tomado buena nota de su anterior proyecto, la participación en aquel fantástico largometraje, una suma de cortos que se llamó Amor en la ciudad (L’amore in citta, 1953), donde formó parte de un equipo de jóvenes cineastas que prometían mucho: estaban Antonioni, Fellini, Risi, Lattuada, Mazelli y el propio inspirador del neorrealismo Cesare Zavattini; casi nada.
La cinta, decimos, es un retrato de la Italia de los años veinte a través de los vecinos de un edificio humilde de Florencia. Una película coral con personajes representativos de la sociedad de esos años: los reprobables fascistas; los delincuentes comunes unidos al mejor postor; las prostitutas; los jóvenes amantes, al principio poco comprometidos políticamente, pero enseguida tomando partido; los antifascistas en una época muy poco agraciada con ellos; la policía apoyando con su pasividad a los seguidores del dictador; la usurera que se aprovecha de unos y otros y, finalmente, las personas que sólo quieren vivir en paz y ganarse el pan con un trabajo honrado, pero que, igual que la propia Italia, no salen adelante por culpa de unos tiempo convulsos.
Con un arranque melodramático, incluso cómico, con algunos conflictos y triángulos amorosos, poco a poco la trama se ve abocada a la tragedia bélica. El director nos lleva desde lo cotidiano a lo dramático como si la propia historia reciente de Italia —el fascismo— fuera una broma pesada que se salió de madre. Lizzani destaca sobre todo por la dirección de actores, por lograr un clima realista que brilla especialmente en las escenas nocturnas. Así, es sobresaliente la secuencia en la que los fascistas salen de noche de “caza” para vengarse de la muerte de uno de los suyos.
El filme tuvo un gran éxito en el festival de Cannes de 1954, donde se llevó un premio importante, pero fue incomprensiblemente atacada por el gobierno italiano de la época. Nosotros la recomendamos efusivamente y nos apoyamos en ella para rendir un merecido tributo al buen realizador que fue Carlo Lizzani.