El aficionado (amator)
Uno de los primeros films de ficción que abordó el genio Kieslowski. Durante todo el metraje se puede ver su especial enfoque cinematográfico, aún siendo una obra muy diferente y menos estética y poética que lo que haría posteriormente.Es una película de estructura sencilla, pero su motivo es bastante complejo y puede dar pie a diversas divagaciones. No es de extrañar que para muchos, en un primer visionado, resulte algo difícil de seguir y experimente un desarrollo lento que no deja adivinar qué dirección tiene la intención de tomar o qué pretende explicarnos. Y es que gran parte de los films de Kieslowski tienen su significado último una vez acabados. En el mismo momento en el que te empiezas a plantear la película, reflexionar profundamente sobre ella y adosarla a la vida real es cuando logras comprender el camino que el director quería trazar.
A pesar de la dificultad mencionada, “El Aficionado” seguramente sea la obra más directa de Kieslowski.
Algunos diálogos fueron escritos entre el director y el propio Jerzy Stuhr, actor principal de la película (Filip). Y el resultado fue un film de evidente carácter autobiográfico.
Que Kieslowski gira la cámara hacia su propia persona, es algo que todos sus seguidores sabemos. Siempre lo hace de una forma muy sutil, para que el propio espectador pueda investigar, ya que inicialmente ni se percatará de ello. Nunca revela, simplemente susurra. Todas y cada una de sus obras hablan de porciones de su personalidad, y, de forma global, todas miran hacia la misma dirección: la libertad y el amor. Dibujadas ambas de diversas formas, pero siempre como telón de fondo.
Y “Amator” no es una excepción. Al contrario. El protagonista nos mete en la piel de un cineasta en sus primeros pasos, con sus virtudes y sus defectos, sus facilidades y dificultades.
Obviamente, aunque nunca lo reconociera abiertamente (nunca hablaba de su propia persona), todo el metraje se refiere a sus complicados comienzos, a sus miedos morales y a la confrontación de principios éticos a los que siempre hacía alusión a la hora de filmar.
En muchas entrevistas aseguraba que habitualmente le entraban ganas de dejar sus películas sin terminar, que no podía filmar las lágrimas reales de los actores, que se veía incapaz de retratar su sufrimiento (paradójicamente -una palabra que se repite en la obra y persona del director polaco-, lo hacía mejor que nadie) ya que lo consideraba como un atentado contra la vida íntima de las personas, y que sus principios morales se veían en la cuerda floja en numerosas ocasiones. Y eso es algo cierto en un marco social y político como el de la Polonia de aquella época. La censura y el comunismo podían utilizar en contra de las personas filmadas cualquier cuestión acontecida en películas y documentales. El comunismo hablaba de libertad, pero el libre albedrío no era más que una mentira. Una utopía.
El hecho de que el director polaco rodara anteriormente documentales deja entrever el por qué de muchos de sus condicionamientos morales y luchas internas. Por ello, Kieslowski siempre se planteaba la dificultad de filmar, el derecho a ejercer como una especie de Dios a la hora de plasmar la realidad en sus obras. ¿Hasta dónde nos permite llegar nuestra moral? ¿Podemos grabar algo que puede ser utilizado en contra de las personas? ¿Podemos filmar una muerte real? ¿No deberíamos dejar a la gente morir sin que su paz interior sea degradada?
Así, la película trata sobre las vicisitudes de una persona que comienza con una cámara solamente para filmar a su bebé, para tomar su propio micro-mundo y esconderlo en el seno de su familia. No para que el mundo lo vea.
Pero poco a poco va sumergiéndose en el mundo del cineasta, rodando documentales, grabando películas. Y sus principios morales y humanos se ven en entredicho. A la hora de mostrar al público sus inquietudes para con la vida real surgen los principales problemas. ¿Hasta dónde se puede llegar a filmar?
La película es ideal para los cineastas “amateurs”, para poder entender un poco la complejidad de filmar y para saber aplicar ciertas técnicas, no solo mecánicas, sino también humanas. El eje de “El Aficionado” podría convivir en todo lo relativo al poder de una cámara. Su poderío para mostrar, pero también su fatalidad para destruir.
De tal forma, el film va desarrollándose magistralmente, comenzando por la inocencia de un principiante y continuando con su timidez y sus dudas, todo ello desembocando en la destrucción y pérdida de todo lo que ama. Es como si la cámara subyugara todo lo que concierne a la vida real del personaje, como si la lente tuviera el poder de, mediante la ficción, alterar la realidad, dañarla.
Por ello, conmueve de especial manera la forma de la que Filip va perdiendo su familia, su trabajo y alguno de sus amigos. ¿Culpa de él? ¿De ellos? ¿De la cámara? Eso solamente lo descubrirá cuando gire la lente hacia sí mismo. Entonces comprenderá que todo lo filmado, su obra, comienza y termina en su propia persona. Entenderá que las decisiones no pueden tomarse a la ligera, que la crueldad y el humanismo deben convivir en todas y cada una de nuestras relaciones.
El mundo se desvanece a su alrededor, pero entonces, en la soledad de su pérdida, podrá saber que el único dueño de su vida debe ser él mismo. Solamente él es responsable de sus propios actos, nunca de los ajenos. La libertad siempre presente en la obra de Kieslowski.
En esta obra, además de confluir el pesimismo del saber y el optimismo del deseo, podemos observar que el director polaco hace gala de sus primerizas ideologías políticas y sociales. La censura está presente en varias ocasiones a lo largo del metraje, con el compañero de trabajo de Filip, con su niña, rodeándole en su vida cotidiana.
El compañero de trabajo es el ejemplo ideal de la duda cinematográfica ética y moral. Utilizar como medio a una persona, para conmover, o simplemente mostrar la realidad tal y como es, retratar la vida de una persona con dificultades. Pero, ¿entonces no estás utilizando?
Es evidente para todo aquel que escuchara hablar a Kieslowski que, muchas veces, le dolía filmar retazos de la realidad mediante la cámara, lo consideraba un medio demasiado peligroso y poderoso. No podía decidir sobre las realidades de esas personas, afirmaba tajantemente que no tenía tal derecho.
Además, como decía, todo eso podía ser utilizado en contra de la gente que estaba a cargo del proyecto o simplemente aparecía en él.
La escena inicial en la que el halcón ataca a un pájaro indefenso es un claro ejemplo de las inquietudes de Kieslowski en esos tiempos (de las que en años siguientes renegaría). Se trata de una clara metáfora (recordad la pesadilla de Irka) que refleja la lucha entre el que tiene el poder y los que están debajo, la lucha entre el portador de la cámara (una especie de poder que se permite jugar con lo filmado) y los personajes de esa realidad cotidiana que son filmados. Personajes que, como el ave, pueden ser dañados mediante esa filmación. La eterna lucha entre lo individual (el director) y lo colectivo (la vida real). Lucha siempre presente en la moral cinematográfica.
En ese marco social y político plagado de censura, sus documentales no hacían más que hurgar en una herida que consideraba muy profunda en su interior (le afectó personalmente hasta un punto que hizo cambiar de forma radical su forma de expresarse públicamente). Y, en más de una ocasión, nos asalta la eterna cuestión de “a quién pertenece realmente la película” (cosa que también sucede en el presente, no nos engañemos).
¿Quién tiene la decisión última sobre detalles finales del film? Está claro que el que invierte el dinero (cuando no hay otra forma de obtenerlo), comercialmente, tenía la última palabra (en el caso que nos afecta al menos). Y más en esa situación, que vuelve a hacer aflorar el sentimiento que aparece en más films de Kieslowski de que somos marionetas que pendemos de un hilo. Pero ese hilo, puede ser movido por nuestra voluntad.
Así, al final, sí que hay algo que es suyo, propiedad de Filip: su propio aprendizaje, su conocimiento de que él solamente es responsable de lo que graba cuando él aparece en ese entorno.
En cuanto al plano técnico del film, en el reparto grandes desconocidos que rayan a gran nivel. Especialmente Jerzy Stuhr, que ya apareció en diferentes grabaciones de Kieslowski como “The Calm” o “Decálogo”.
Resulta admirable cómo Kieslowski hace tanto con tan pocos recursos, con una proyección absolutamente aséptica, sin efectos ni golpes de ningún tipo. Una evidente limitación visual, pero que queda en un segundísimo plano y no encarece para nada el resultado de la obra.
Carece de la magia visual de “La Doble Vida de Verónica” o la trilogía de “Tres Colores”, pero es totalmente lógico debido a su presupuesto.
“Camera Buff” fue la película que lanzó a Kieslowski al éxito (muy relativo y limitado en el espacio, por aquél entonces), y pese a las carencias ya comentadas, le posibilitó avanzar en el ámbito cinematográfico e investigar en el alma humana, en los sentimientos más profundos, ya mediante una estética más preciosista, musical y poética.
En definitiva, una obra muy interesante para meterse de lleno en la moral e ideología de un cineasta. A lo mejor resulta difícil saborearla en su plenitud en un primer visionado, pero si realizamos la obligada reflexión que merece, llegaremos a ser partícipes de su profundidad.
Puede que el único punto en su contra sea ese mismo, que es un tipo de film que no logras disfrutar la primera ocasión, ya que no sabes con exactitud en qué dirección nos quiere llevar Kieslowski. Hecho que no afirma, para nada, que sea el film más complejo del fallecido director polaco.
El legado de Kieslowski es algo que el cine agradece y necesita (sobre todo para recordarnos que la época en la que irrumpió fue una de las más pobres por las que ha pasado el séptimo arte) y que, a su estilo, nadie podrá recuperar. El espíritu humano y artístico es algo que no se puede emular, por mucho empeño que se ponga.
Para muchos, es la obra maestra del movimiento denominado en Polonia como “cine de inquietud moral”, del que Kieslowski era uno de sus fundamentales estandartes, junto a la película iniciática que ocupa la crítica que nos atañe.
El espectador es el que tiene la última palabra y otorgará (o no) significado al film, tildándolo de pedantería ética o reflexión elevadora.
No hay otro portador de la cámara que no sea el de nuestra propia lente.