El truco final (The Prestige)
“Todo gran truco de magia consiste en tres actos. El primero se llama ‘La presentación’: el mago muestra algo que parece ordinario, pero, por supuesto,… no lo es. El segundo acto se llama ‘La actuación’: el mago hace que lo ordinario se transforme en algo extraordinario. Ahora bien, si buscas el secreto… no lo encontrarás, es por eso que hay un tercer acto llamado ‘El prestigio’: ésta es la parte con los giros inesperados, en la que la vida cuelga de un hilo, y entonces ves algo impactante que nunca habías visto antes”. Con estas palabras explica Michael Caine el funcionamiento de los espectáculos de magia al principio de la película The Prestige, pero que ha llegado a nuestras pantallas con el título ‘El truco final’ (horrenda traducción al español).Dos magos (Hugh Jackman y Christian Bale), ambos aprendices del mismo mago e incialmente colegas, empiezan a odiarse tras un trágico accidente. Su rivalidad por conseguir el mejor truco de magia les llevará a intentar boicotearse constantemente, esta obsesión por ser el mejor les acarreará unas consecuencias inesperadas. Una lucha por alcanzar el éxito profesional que nos hará plantearnos a cada momento qué personaje es menos despreciable hasta que nos damos cuenta de que ambos son moralmente igual de mezquinos.
Obviamente, las interpretaciones masculinas (Jackman, Bale y el siempre correcto Michael Caine) se llevan todo el protagonismo. Como ocurre en el caso de muchos directores, parece que Nolan mantiene su tendencia a invisibilizar a los personajes femeninos, que se convierten en meros objetos de acompañamiento de los protagonistas. Scarlett Johanson parece tener en la película el único cometido de lucir su corsé. Únicamente al personaje de la esposa de Bale se le concede un papel en el que puede sobresalir más (no demasiado).
En lo que quizá falla la película es en el disfrute de los espectáculos de magia porque el espectador está demasiado ocupado intentando descifrar el truco para dejarse embaucar por él. Además, el hecho de que al espectador se le explique el truco de casi todas las exhibiciones (menos de la más importante, obviamente) le resta emoción al asunto. Algo que no ocurría en El ilusionista. Otro problema es que por momentos el film se vuelve algo repetitivo, ya que da muchas vueltas sobre la misma idea de la obsesión por conocer el truco final.
Sin embargo, el guión no deja de ser sorprendente ya que el director siempre se guarda –como los magos- un as en la manga para mantener la atención del espectador. La película cumple perfectamente con el cometido de cualquier espectáculo de magia: entretener y engañar constantemente a un espectador que se pasará toda la película preguntándose qué es lo que ocurrirá después
La película esconde un mensaje aterrador: para triunfar en la vida todo es lícito. El fin justifica los medios para estos magos en que se valen del engaño y la manipulación para conseguir sus objetivos. Una lucha agresiva por llegar a la fama, a ser reconocido como el mejor ante la sociedad. Una competitividad que no entiende de amistad, de amor ni de ningún otro aspecto que no esté relacionado con el prestigio social. Una lucha en la que se pone en peligro las propias relaciones personales e incluso la integridad física de los competidores.
Christopher Nolan nos regala una historia perfectamente ambientada y con vueltas de tuerca de guión sorprendentes en la que se pone de manifiesto el peligro de las obsesiones, que pueden acabar en tragedia. Sentimientos tan universales como la envidia, el rencor, la competitividad y la ambición son experimentados al límite por los dos protagonistas hasta su destrucción moral. Porque el camino al éxito de los dos protagonistas es también el camino hacia su destrucción personal.