Dreamgirls
Junto con el western en estado puro, el otro género cinematográfico que no goza en absoluto del favor del público actual, sobre todo no estadounidense, es el musical. Si no es amante del musical las probabilidades que le guste “Dreamgirls” se reducen a lo ínfimo.Y de paso tiene todas las posibilidades de perderse una de las mejores adaptaciones de un musical de Broadway al cine, en este caso, inspirado en la trayectoria de las Supremes. También presenta otro escollo, el bajón de interés notable a partir casi de empezar el metraje, hacia el minuto 20, dispersándose en cuanto a personajes y situaciones. Pero, por arte de magia, y contra todo pronóstico, logra remontar espectacularmente antes de la hora de proyección.
Y ello gracias al talento de una coreografía, decorados, vestuario y poses tan estudiadas, vistosas e imaginativas como puestas al servicio de la historia. Y también, sin lo que “Dreamgirls” no sería nada, gracias al talento en la puesta en escena de Bill Condon y de las interpretaciones, especialmente Jennifer Hudson, nueva estrella procedente de American idol, el O.T. a la americana, y que protagoniza un número, el de la separación con el resto del grupo, que la deja sóla exhibiendo sus artes.
Elegancia y pasión.
Lo que se trata es escenificar la pasión por la música, incluso despreciando, o pasando de puntillas con leves pinceladas, con lo que era el tumultuoso contexto histórico de la época: Martin Luther King, disturbios raciales, Vietnam, protestas juveniles… ¡Nada!, el argumento y los personajes van a lo suyo.
Productores musicales implacables, posesivos e inhumanos, encarnados en Curtis Taylor (Jamie Foxx), que nos hacen ver la frialdad y falta de escrúpulos hacia las personas, no hacia el dinero, de los avispados del mundillo discográfico.
O el contraste entre el verdadero talento, encarnado por Effie (Jennifer Hudson), ensombrecido ante la imagen bonita que puede vender, la de Deena Jones (una apagada Beyoncé Knowles).
Si incluso Eddie Murphie está sobrio y comedido en su interpretación (no por ello merece el Óscar), poniendo toda la carne, y voz, en el asador. A destacar la mirada de entre determinación y desamparo, cuando procede a inyectarse coca ante sus amigos, que resume todo lo que hay de frágil en su personaje. (Atención: spoiler!) Más adelante, dejado de la mano de su protector musical, Curtis Taylor, se le dedicará un fundido en negro que es premonición de una bajada del telón fulminante. (Fin del spoiler)
Lo peor, un montaje deslabazado, que salta, o danza, de un personaje y hecho a otro, que hace transcurrir los años sin que nos inmutemos. Pero un musical puro y duro (la secuencia del “robo” de la canción es antológica), realizado con exquisitez y pasión, y a saborear con los mismos requisitos. Douglas Sirk estaría orgulloso.