¿Es posible separar la vida privada de la vida política sin entrar en conflicto? ¿Se puede elegir sin traicionar? ¿Es posible… olvidar?

★★★★☆ Muy Buena

Sin fin (Bez Konca)

Krzysztof Kieslowski: “La libertad es un concepto contradictorio con la naturaleza humana”.

Cualquier elección supone una restricción y una negación de otras posibilidades, que pasan a ser inviables desde ese momento. La libertad para Kieslowski suponía algo inalcanzable, ya que el ser humano es limitado, pero también era una ilusión. Y en su foro más interno siempre la estaba buscando, entendiendo y comprendiendo. Para empatizar con Kieslowski (dentro de lo posible) deberemos entender que, a pesar de su resignación real, estaba deseando soñar con algo tan ingenuo como teóricamente inalcanzable. Todos anhelamos alcanzar cierto grado de plenitud.

La verdadera cuestión, según el propio director, no era si somos o no somos libres, sino si realmente queremos serlo. Si en verdad estamos dispuestos a desatar las cadenas de nuestra inevitable condición humana. Si queremos separarnos del camino que viene de fábrica. Nuestras elecciones tienen gran importancia en ello, partiendo desde un punto de vista “virginal” e inexistente, el cual solamente se podría alcanzar con nuestra desaparición, lógicamente.

Todas esas reflexiones conducen de forma fatal al film que estamos tratando. “Sin Fin” es, a buen seguro, la obra más pesimista de Kieslowski, su creación más oscura en la búsqueda de pequeños resquicios hacia la libertad, hacia la ingenuidad de unos sueños que terminan reventando en nuestro propio rostro.

“Bez Konca” supone un antes y un después en la filmografía del director polaco (muchos films suyos podrían adquirir dicho significado, pero ninguno de una forma tan vital y radical como éste). Supone internarse en las fauces de la política más dentro que nunca, para, al salir de ellas (si es posible hacerlo con vida), no volver jamás.

Esta película sería el inicio de la relación entre Kieslowski y Piesiewicz, futuro coguionista también en obras de la talla de “La Doble Vida de Verónica”, “Azul”, “Blanco” o “Rojo”. “Sin Fin” sería la antesala para el mítico “Decálogo” (también con la mano del compañero Piesiewicz), obra cumbre en el cine de Kieslowski.

Se evidencia aquí el sufrimiento del autor en primerísima persona. Las dolorosas consecuencias de vivir bajo la Ley Marcial, de sentir la represión hacia el sindicato “Solidaridad”, completamente prohibido en aquel marco.
La luz de la creación, del arte como forma de denuncia y expresión humana, de las ideas como forma de concienciación social; todas ellas se convierten inexorablemente en nuestro peor enemigo y nos conducen a nuestra propia condena.

Cualquier decisión supondrá un error que nos encadenará de por vida. Y la única escapatoria, si es que realmente hay una que resulte válida, es la muerte.

Podríamos decir que es la película en la que Kieslowski se acerca más peligrosamente a la rendición. Todo lo realizado, la mirada hacia su pasado, sus hechos y creaciones, se tornan oscuras y el pesimismo se apodera en exceso de su persona, creando un film en el que toda esperanza “viva” se desvanece.
Efectivamente, el peor momento de su vida hizo de éste un film truculento de renuncia.

“Sin Fin” posee nexos en común con la futura “Azul”, muchos se dirán. Por la historia, sus personajes, su desarrollo.
Pero son simples apariencias. Ambas terminan en una curva abrupta. Sin embargo, una da al mar, a la esperanza. Otra da al abismo.

Ulla en “No End” y Julie en “Azul”, tras la muerte de sus maridos, intentan buscar una vía de escape, sea a través del sexo o de la soledad. En ese recorrido se encontrarán con diversos detalles (a veces inapreciables para nosotros) que les mostrarán que la libertad está “maltratada”, que es algo mucho más complejo de lo que muchos nos intentan hacer ver.

El Kieslowski reconciliado con el amor y la libertad (y ya desprendido de cualquier aureola política), tras el bache citado, nos vuelve a mostrar su inocencia, robada por un instante en “Sin Fin”, y vuelve a creer en el ser humano en “Azul” (ya desde el “Decálogo” confía tímidamente en él).

Pero en la película que nos ocupa, aturdido, descompuesto, desconfía de cualquier elección en busca de la libertad. La política y la sociedad de la época pesaban demasiado sobre unos hombros ya agotados.

Por ello, y más que nunca, aquí las respuestas no serán fáciles de topar. Es más, no habrá respuestas. Él mismo desconocía el rumbo a tomar.

El film se torna denso, muy incómodo, no sabremos a qué agarrarnos. Todos los símbolos y metáforas son increíblemente escurridizos, desde la trampa para ratones hasta las misteriosas y aparentemente “vanas” apariciones del difunto marido.

Pero todo tiene un sentido más allá de lo metafísico o espiritual, mostrándonos claramente, en esta ocasión, la imposibilidad entre la vida privada y la vida política.

Lo público y lo personal, a la hora de elegir, se adhieren dando como resultado la ineficacia en la búsqueda de una separación entre ambos. Se nos relata la no existencia de una libertad eficaz. La mujer, eje principal pero no único, vacilante, no sabe qué rumbo otorgar a su vida.

No dándose en un comienzo cuenta de ello, Ulla termina por aceptar que necesita a su marido, que su vida sin él es totalmente inabarcable (cosa que sucede al revés en “Azul”) y que no puede olvidarle. No hay sexo que tape. Y, en su foro interno, pese a sus esfuerzos, no quiere ignorarle.

Su desesperación es inminente, y su rendición acecha. Mientras tanto, el marido, conciencia de su propia desesperanza, observa.

Más críptico que nunca, Kieslowski duda y hace dudar al obrero (Artur Barcis), otro de los protagonistas clave en la totalidad de la filmografía del director. Un personaje que no sabe si quedarse o marcharse, sintiendo que cualquier decisión le conducirá a su cárcel personal. Las ataduras de una política equivocada harán que nosotros mismos encontremos a nuestra particular traición.

El polaco arremete brutalmente contra el comunismo, una vez más, y, otra vez más, tuvo que pagar el precio (tal y como le sucediera en “El Azar”) de irritar a los altos mandatarios, que, escépticos ante la posibilidad de una crítica oculta que no llegaban a comprender, decidieron censurar el film.

“Sin Fin” es una película plagada de mensajes, simbolismos, coincidencias, oportunidades, creencias, fe, convicciones personales y libertades en busca de amor. Es una película compleja como la que más en su obra, ya que no da ni pretende dar respuestas. Es el Kieslowski más minucioso, más cercano al límite, que provoca, por momentos, la lógica incomodidad de no entender si no estás preparado para comprender que no hay nada para comprender, y que, efectivamente, sobrepasa ese límite acercándose al mismísimo infierno.

Pero nadie dijo que el recorrido fuera fácil. Ulla y Barcis son ejemplos reales.
Ambos se auto condenan. Por un lado, se vislumbra la renuncia a la supervivencia como única manera de conservar la dignidad. Pero, ¿será válida? ¿Será, al mismo tiempo, digna? Simplemente es otra escapatoria, que no nos permitirá encontrar nuestra anhelada respuesta.

Por el otro, vemos vacilaciones vitales del personaje de Barcis, perfectamente adaptables al propio Kieslowski, contradictorias, paradójicas, humanas, por tanto. Ese obrero que conoce la limitación de las elecciones en un entorno tan poco orgánico, que se consume por dentro, pero al mismo tiempo se resigna, y que, a lo largo de todo el “Decálogo” aparecerá como alma en pena, conciencia de Kieslowski, consejero mudo de los protagonistas, tratando de acercar su experiencia en los momentos álgidos, límite, en los que se trata de tomar una decisión. Sin embargo, no hará nada. Estará. La decisión únicamente será nuestra.

Cuando se pide ayuda, la desesperanza hace acto de presencia. Como Ulla en el momento que se dirige a nosotros, los espectadores, en busca de una explicación. Ella no comprende, pero nosotros tampoco podremos ofrecerle respuestas.

Quién sabe si en un futuro, en la oscuridad y podredumbre que nos rodea, hallaremos subterfugio. Inocencia teñida de verde. Punto vítreo en el que nuestra felicidad (o parte de ella) tenga cabida. De la misma forma que Kieslowski, insondable, vasto, impenetrable, lo guardaba en su interior.

Imperioso, forzoso, menester que el espectador se domine y sepa integrarse en el film si no quiere sufrir un desconcierto insalvable. Y, por tanto, un sopor inquebrantable.

De la misma forma, también es básico ser conocedor de la trayectoria vital del artista, de sus experiencias políticas y sociales, de lo contrario no se podrá comprender su postura ni sus ideas.

Etapa oscura del director polaco, hasta la creación del “Decálogo” centra sus films en lo moral, ético, social y político en busca de una posible y relativa libertad. A partir de entonces pondrá total énfasis sobre lo espiritual, humano y trascendental, dejando a un lado “obviedades” políticas. Pero siempre presentes el azar, las decisiones volitivas, el amor y la libertad. Un conjunto inseparable.

Cabe destacar en “No End” la presencia de una gran Grayzna Szapolowska, presente en títulos posteriores como “No Amarás”, que realiza una interpretación elogiable, contenida, repleta de gestos necesarios, dotada de un gran acierto.

“Bez Konca” se erige como punto de inflexión y, aparentemente, también como punto de unión de personajes vitales a partir de entonces en el entorno de Kieslowski. Además del coguionista Piesiewicz, aquí también conoce al que sería, posteriormente, su colaborador musical inseparable: el excepcional Zbigniew Preisner. Con él consiguió piezas maestras inolvidables. En este film destaca con un misterioso, inquietante y subyugante comienzo y un oscuro y no menos misterioso final (con ese ritmo… ¿fúnebre?).

Concluyendo. Film inquietante y reflexivo del fallecido director polaco, que, pese a pecar un tanto de pesimista e inconformista, no deja de ser una obra muy personal y un ejercicio de gran saber cinematográfico.

No será su mayor acierto, pero sí un paso obligado en su deliciosa filmografía. Una nueva oportunidad para conocer con y mediante él el lugar que ocupa la persona en la sociedad. Una coyuntura singular para saber a su imagen y semejanza, mejor que nadie, que no sabemos nada. Para estar más seguros que nadie de que no estamos en absoluto seguros. Para buscar una verdad que no era tal: nuestra verdad.
publicado por Iñigo el 5 febrero, 2007

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