In my country
Hay películas que quieren hacer justicia a un hecho real y dedican su guión y su empeño en volcarse con ello.En el caso que nos ocupa es el Apartheid y todas las matanzas y barbaridades cometidas.
Lo que desconocía, y me imagino que así sería porque así lo relata la película, es que cuando acabó todo aquello se ofrecía amnistía a aquellos asesinos y torturadores que confesaran su crimen ante sus víctimas (o los que le sobrevivieran). Una actitud hoy por hoy bastante impensable pero basada en una actitud de perdón y obtención de la paz. Y una idea a transmitir muy interesante. Pero la película no ayuda en absoluto.
El director y la guionista hacen de esta película un producto de vergüenza ajena. Existen dos conceptos a distinguir a la hora de llevar un hecho real a la pantalla. El hecho puede ser real, pero puede quedar muy poco verosímil.
Y éste es un perfecto ejemplo (ejemplo: secuencia del niño mudo ante el asesino de sus padres). Precisamente porque trata un tema político lo orienta de esa forma y escoge a dos protagonistas como bastiones de la moral, la decencia y la justicia: dos periodistas (lamentablemente muy de moda hoy por hoy). Uno, Samuel L. Jackson, (afro)americano, racista y periodista del Washington Post que lo pasa fatal en USA y la otra Juliette Binoche, nativa pero blanca, poeta pero activista e idealista hasta la médula. Ambos se erigen como los protagonistas preocupados por hacer justicia cubriendo “periodísticamente” los juicios al resto del mundo.
Eso si, tanto Jackson como Binoche y Brendan Gleeson están muy bien, pero de nada sirve si la historia no les avala. Producto ideológico y panfletario para regocijo de aquellos que no sientan vergüenza ajena.
Lo mejor: La ambientación y la intención de hacer una película reivindicativa.
Lo peor: El posicionamiento moral del guionista y del director con unos personajes que poco hacen por el mensaje de la película.